Jueves, 21 noviembre 2002 Año III. Edición 499 IMAGENES PORTADA
Internacional
Nuestro hombre en La Habana

¿A qué viene la mesura castrista para con los mexicanos asistentes a la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina?
por GILBERTO CALDERóN ROMO, México D. F. Parte 1 / 2
La Habana
La Habana. Inauguración de la COPPPAL

Pocas veces los periodistas extranjeros tienen ocasión de ver a un Fidel Castro tan prudente y condescendiente como el que se mostró hace unos días en el Palacio de las Convenciones de La Habana. El fenómeno se produjo ante los que cubrieron la visita de los integrantes de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina (COPPPAL), que bajo el liderazgo del priísta Roberto Madrazo realizaron allá un Seminario contra la Pobreza.

Interrogado repetidamente sobre sus desencuentros con el régimen de Vicente Fox, el Comandante estuvo deliberadamente elusivo y dejó atrás todo asomo de discordia, para lanzar mensajes de cuidada cortesía que en él son de hacerse notar. A diversas preguntas sobre los gobernantes aztecas, tuvo expresiones de esta clase: "De nuestra parte, no hemos hecho absolutamente nada, ni hemos dicho una palabra que se pueda interpretar como tensa", lo cual ha sido rigurosamente cierto.

Con los mexicanos, prosiguió el Comandante, "no hay guerra. No hay polémica". En torno a la remoción del ex embajador Ricardo Pascoe, que primero fue su aliado y al que luego reconvino públicamente, agregó: "Es un asunto interno de los mexicanos". Y tampoco opinó sobre su adversario Jorge Castañeda —en privado sí se atreve—, con quien el encono ha sido particularmente virulento: "Yo, como no soy mexicano, no puedo opinar. Los que deben de saber, y muy bien, son los mexicanos. Los mexicanos no son tontos. ¿Qué te parece?".

Sabe Fidel Castro que con los foxistas camina sobre un terreno sembrado de explosivos.

En cuanto al largo memorial que Granma, el diario del Partido Comunista de Cuba, dedicó a agredir al canciller Castañeda, Fidel Castro remató: "Granma lo dijo. Yo prefiero dedicarme a otras cosas y cuando sea necesario emitir un juicio, lo emito. Pero yo no puedo estropear las relaciones. Nosotros no queremos dejar ni un granito de arena, ni un palillo en el fuego, para dar pretextos, para estropear las relaciones. Es por eso que yo omito todo tipo de mención personal. Por eso yo me guardo las opiniones. Habría, quizás, algunos que les convenga que de repente nosotros soltemos una diatriba. No tengo tiempo para enfrascarme en una serie de cosas".

Y es que tanta humildad es fruto, en parte, de la incapacidad de los cubanos para remar en las confusas aguas de la política azteca y del costo que aparentemente tuvo para ellos encrespar el oleaje entre las costas de México y La Habana. Puede ser, también, que el talante de Fidel Castro se esté dulcificando.

Por casi cuarenta años los antillanos tuvieron al oeste a gobiernos priístas que simpatizaban con sus posiciones. Protagonizaron un largo romance que se prolongó pese a los deslices de Gustavo Díaz Ordaz, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo Ponce de León. El primero desairó al canciller Raúl Roa con motivo del descubrimiento del diplomático azteca Humberto Carrillo Colón trabajando para los norteamericanos a finales de los años 60, desde su domicilio en el reparto Miramar; Salinas recibió en Los Pinos a Jorge Mas Canosa y a Carlos Alberto Montaner, dos figuras del exilio, para congraciarse con el lobby cubano de Washington en busca de la aprobación del TLC México-EUA en el Congreso yanqui; y Zedillo, finalmente, recriminó al castrismo, en la IX Cumbre Iberoamericana de 1999, su desapego democrático y ordenó a la canciller Rosario Green recibir al disidente Elizardo Sánchez Santacruz en la residencia habanera del embajador.

Cuba-México: un incierto coqueteo

Con todo, los estrategas cubanos ya le conocían hasta la carta astral a los priístas, y podían prevenirse del fragor de ocasionales tormentas. Pero el ascenso político del PAN los tomó sin un manual de instrumentos adecuado para navegar en un espacio ideológico y de sensibilidades en penumbras.

Durante la última parte de los años 90, los fidelistas comenzaron a mostrarse nerviosos ante la inestabilidad de la escena política azteca. El PRI daba señales de decadencia y el PAN se apuntaba como un firme competidor electoral. Era el tiempo de iniciar nuevos coqueteos en pos de amistades más rentables y seguras.

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