Jueves, 26 septiembre 2002 Año III. Edición 459 IMAGENES PORTADA
Internacional
En estado judío

Entre el ghetto y la nación: Israel o el dilema de la Tierra Prometida.
por JUAN F. BENEMELIS, Miami Parte 3 / 3

La revolución sionista se forjó para liberar a los judíos de su eterna mentalidad de ghetto, de pueblo martirizado y desvalido. Se concibió para componer una historia política propia, y para revivir la lengua hebrea. La sorprendente cultura ensamblada en Israel les concedió una nueva razón de identidad, rescatando sus derechos ciudadanos; le brindó a su diáspora una dirección de progreso y destino meta-histórico. Observando la magnitud de los obstáculos y calamidades, son admirables los logros alcanzados por los judíos en el siglo XX.

A pesar de crear todos esos instrumentos e instituciones de las cenizas del holocausto, la tragedia del sionismo radica en no haber erradicado del imaginario colectivo al judío víctima, al destino adverso, a los mañanas inciertos. Así, la revolución sionista terminó en un moderno ghetto de Varsovia que no derribó el alma trágica de su pasado, y sus gobernantes no lograrían hacer su historia, sino que reaccionarían a los acontecimientos con una retórica política extraída del Torah y del Holocausto de su inconsciente colectivo.

Ya el peregrinaje no es a Degania, el otrora célebre kibutzim donde los jóvenes de la primera generación reían, cantaban, estudiaban, se entrenaban y procreaban un sueño, y para los que el Holocausto sólo resultaba un trauma. Ahora es al memorial en las colinas de Yad Vashem, a los campos de la muerte de Auschwitz, Majdanek o Treblinka, confirmando que el Holocausto se ha transformado de trauma en patología colectiva de toda la nación. El mensaje subliminal es que en tal patología concurre lo que en última instancia encarna y define el aliento del Estado de Israel. Quizás el Tercer Templo va a ser sólo una fugacidad en la historia de una nación que convertida en Estado ha sido incapaz de romper su ciclo auto-flagelante; por lo pronto, la aliyah es una remembranza pues los judíos de la diáspora ya no están regresando a Israel.

Para Israel, la paz viene emponzoñada para el carácter judío de su Estado, con un destructivo status quo que le impide ser simultáneamente judío, democrático y estable. De continuar el actual impasse, Israel no sólo no desaparecerá como Estado sino que seguirá su desconcertante avance, pero a un precio: el de seguir rodeado de débiles bantustan palestinos, y bajo la crítica internacional.

La disyuntiva está en mantenerse en los confines bíblicos y lidiar con el insoluble problema palestino, mientras esperan por el Mesías, o en decidirse por unas fronteras pragmáticas y afrontar la pesadilla existencial que significa devolver Gaza y Cisjordania. La paz podría crear una identidad israelí única, a mitad de camino entre Occidente y Oriente, que desempeñaría para el ámbito islámico un papel semejante al de las agrupaciones judías del Medioevo: intermediarios económicos entre las tribus rivales, y proveedores de servicios a las ciudades-estados.

Es la mayoría israelí la única que puede variar la historia de la región y poner fin a este forcejeo comunal del todo o nada, remodelando unilateralmente su seguridad y entregando a los palestinos un mini-Estado, que no va a ser todo el super-Estado a que han aspirado (ni siquiera lo que se le adjudicó por la ONU en 1947) ni todo lo soberano que han deseado, porque estarán sometidos a reglas israelíes de seguridad. Estados Unidos tiene que sumergirse en el mundo islámico y precisa de latitud política, pero no puede hacerlo sin antes resolver el entuerto Israel-Palestina. Si Washington le da la espalda a la zona, ello no sólo marcará el fin de las soluciones diplomáticas en el Oriente Medio sino la victoria de los fundamentalistas judíos contra los islámicos, en una guerra tribal con la solución tribal del más fuerte, donde al final Israel alterará la geografía política del Oriente Medio.

Pero los israelíes no están de paso, se hallan en su país y los palestinos, por su parte, se encuentran atados férreamente a su terruño. Palestinos y judíos tienen más que ganar en un escenario compartido que en un antagonismo perpetuo.

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