| El ladrón de Bagdad |
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| Los mil y un gases de Sadam Hussein y su cruzada contra casi todo el mundo. |
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| por JUAN F. BENEMELIS, Miami |
Parte 3 / 3 |
En junio de 1990 Irak adquirió la compañía Suiza Chmidt Mecánica, especializada en alta tecnología para procesar el uranio; mientras, la inglesa TDG le suministró maquinarias de precisión para componentes metálicos de la cohetería y del programa nuclear. Un grupo de corporaciones francesas, donde han figurado Protec, LeVide, Carbone Loraine, De Dietrich France, SVCM, Pirep y Prevost, integraron la red por donde han transitado los materiales químicos. La aduana de Estados Unidos decomisó en abril de 1985 un cargamento de fluorido de potasio destinado al Irak, decisivo para el gas nervioso. Para 1988, la ALCOLAC de Baltimore le remitió por fin los ingredientes químicos para manufacturar el gas mostaza, mientras la neoyorquina Nu-Kraft asesoró la técnica de su fabricación.
Las administraciones de Ronald Reagan y George Bush (padre) impugnaron las sanciones militares a Irak que demandaban los israelitas. Fue a raíz de la invasión a Kuwait que esta realpolitik norteamericana varió bruscamente. Por ser Estados Unidos, Francia, Alemania, Suiza y Gran Bretaña cómplices silenciosos de la infraestructura de armamentos químicos y nucleares iraquíes, es que se hallan alarmados. Pero la preeminencia militar y política de Hussein en el mundo árabe, esculpida con ayuda de la OTAN, contribuyó a su visión esquemática y simplista de un Occidente "paralizado" y a su cálculo errado en Kuwait. Hussein consideró que el diferendo árabe-israelí, el colapso comunista, la unificación alemana y la evaporación de la Guerra Fría y de la rivalidad Este-Oeste en los conflictos regionales distraerían a las potencias internacionales de su corrida contra Kuwait.
La movida iraquí por la hegemonía regional era predecible. Con una deuda de guerra por 100.000 millones de dólares, un descomunal ejército desocupado y contrariado por no recibir beneficios económicos tras 8 años de sangrientos choques contra Irán, el rencor de Hussein se enfiló contra los ricos jeques del Golfo. Esperaba resolver sus problemas económicos con una brutal transacción militar-financiera apropiándose de Kuwait, transformándose de golpe en poder regional militar y, con la mitad de las reservas petroleras del planeta, dictar el comportamiento de la economía mundial. Meses antes, había negociado los despojos de su futura conquista con la firma danesa Volker Stevin, para dragar un canal de salida al Golfo.
Una de las vulnerabilidades estratégicas de Hussein ha sido su tendencia a sobre-extenderse y aferrarse a posiciones difíciles de sostener; como esta invasión al Irán en 1980, sus ataques a los tanqueros en el Golfo Persa en 1984, el uso de armas de destrucción masiva para no verse derrotado por Irán, su decisión de mantenerse a toda costa en Kuwait o su porfía en el desarrollo de armas bioquímicas y nucleares.
Para el mundo árabe, la invasión probaba que la fuerza era el único instrumento de solución a los conflictos; convencido de que Hussein continuaría su expansión a toda la península, a Siria, Líbano y, eventualmente, Israel e Irán, concilió una alianza contra Bagdad. La crisis del Golfo replanteó la razón de ser de la OTAN ante el formidable despliegue bélico norteamericano, que demostró los límites militares europeos para defender sus intereses vitales y las dudas de cualquier organización militar que excluyese a los Estados Unidos.
El Oriente Medio es una región demasiado estratégica, demasiado emotiva y donde peligran los intereses religiosos más importantes del Occidente. La política del Oriente Medio de Estados Unidos en el siglo XXI, y la de su máquina bélica, estará dictada por el petróleo, la protección de los productores del Golfo, las nuevas normas de conducta mundial, la protección de recursos vitales globales y la amenaza de que Irak se desplace hacia una categoría diferente de poder: la nuclear.
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