Jueves, 26 septiembre 2002 Año III. Edición 459 IMAGENES PORTADA
Internacional
En estado judío

Entre el ghetto y la nación: Israel o el dilema de la Tierra Prometida.
por JUAN F. BENEMELIS, Miami Parte 1 / 3
Soldado israelí
Soldado israelí

Al asumirse la tipología cultural europea de un Oriente irascible en confrontación con la redención Occidental, se propagó la intolerancia espiritual judaica como contraparte a la hostilidad de sus vecinos, y como excusa a su negativa de conceder la equidad a los palestinos. Presagiando la tormenta, ya en la década de los treinta un avezado político como David Ben Gurión proponía la salomónica partición Palestina en dos Estados: uno judío y otro árabe. La orilla fundamentalista encabezada por su archirival Menájem Beguin rechazó tercamente este acomodo con la realidad, persistiendo en la restauración del Gran Israel, del Mediterráneo al río Jordán, e incluso más allá.

A las murallas edificadas por la teología islámica se adicionarían entonces las levantadas por la judía. Antes de que Moisés los enrumbara por el desierto para recibir el Torah en el Monte Sinaí, ya las tribus hebreas se habían convertido en nación en Egipto. Sin embargo, el haredim se enfrasca en escudriñar sólo las revelaciones del Sinaí y soslaya su historia y memoria egipcia anterior. Para ellos el mundo judío se inicia y concluye con el Sinaí, olvidando que la Pascua es secular y que antecede al Shavout. Si para los fundamentalistas islámicos la Sharia —ley sagrada— debe ser el corpus iuridicus del Estado, para los ortodoxos judíos lo debe ser el Torah. La política de regresión que ofrecen los haredim y el Gush Emunim como las únicas formas de vida legítima, asumiendo como clave de su tradición a un Torah incompatible con el futuro, es permitir que el ghetto devore a la nación.

El moderno Estado de Israel fue fundado por judíos seculares —rebeldes al tradicionalismo retrógrado de sus abuelos y rabinos— que aspiraban a construir un Estado democrático en la Tierra Prometida, y no a reconstruir el judaísmo de sinagoga de los ghettos de la Europa oriental. Al igual que su homóloga islámica, la casta ortodoxa de rabinos procedentes de la Europa oriental no ha acomodado su teología y sus sacramentos a las exigencias de la era tecnológica, y rechaza a la democracia como un valor judío.

En Israel se ensancha el abismo entre los detractores y defensores de la expansión territorial sobre Samaria y Judea. Pero los militantes ortodoxos consideran de rigueur proseguir con tal asimilación para cumplir con sus anacrónicas profecías patriarcales, donde la supresión de las tribus pre-hebreas del Canaán es el remedio a aplicar a los palestinos. La tradición religiosa judía, cristiana o islámica, ya no puede florecer con la soberanía política del Estado post-renacentista, ni puede establecer las guías colectivas de la nación.

Existen múltiples interpretaciones del judaísmo y de lo que significa ser judío. Su doctrina no era de redención del alma, como la cristiana, y no buscaba elevar al creyente al Paraíso. El judaísmo no tiene por qué transformarse —como hoy se quiere—, en una suerte de fe salvadora, ni una reglamentación de la vida diaria en busca de un reino mesiánico regido por el Torah. Esa es una mitología grandiosa inventada por los rabinos ortodoxos que exageran el cometido de Israel y su tribu en la historia. El Israel anterior a 1967, el de Tel-Aviv y de Haifa, nada significa para estos ortodoxos, porque es en Samaria y Judea, en lo conquistado, donde radican los recintos sagrados evangélicos de Jerusalén, Nablús, Jericó, el Jordán, Hebrón, donde comenzó la historia hebrea y sirvió de necrópolis a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.

El Estado israelí no conforma una agrupación étnica unificada, sino un mosaico con tantas comunidades religiosas y culturas como sus puntos de procedencia: judío, no-judío; judío europeo, judío de Israel, asquenazí europeo, sefardita del Oriente Medio, inmigrante ruso, falasha etíope. El nacido en Israel ya presenta un perfil socio-cultural menos eurocéntrico y más mesoriental que su congénere de la diáspora.

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