Jueves, 26 septiembre 2002 Año III. Edición 459 IMAGENES PORTADA
Internacional
El ladrón de Bagdad

Los mil y un gases de Sadam Hussein y su cruzada contra casi todo el mundo.
por JUAN F. BENEMELIS, Miami Parte 2 / 3

Al imaginar Washington que la teocracia iraní abrigaba los designios de tragarse los Estados petroleros del Golfo, pensó que los amenazados debían sostener financieramente al Irak para impedir su colapso y la transformación de Siria, con su cruzada anti-israelí, en el superpoder regional. Hussein sería visto como un mal menor, porque serviría a los intereses estratégicos del Occidente al desgastar las ambiciones del ayatola Jomeini y del sirio Hafiz el-Asad. En palabras del entonces subsecretario de Defensa, Richard Armatage, "un frío cálculo en favor de Irak" para extraerla de la influencia soviética y propiciar su modernización e influencia regional, y de paso abrir un mercado valioso a los Estados Unidos.

Pese a las alarmas israelitas sobre las intenciones antisemitas de Hussein, Estados Unidos y todo el Occidente (obcecados en su confrontación con el libio Muamar Gadafi y el fundamentalismo de la "bete noire" iraní), se alinearon con Hussein, pagando hoy día tal error craso. Así, en Washington primó la emotividad contra el fundamentalismo shiíta, dando crédito a la propaganda iraquí de oleadas humanas fanáticas al ayatolá que amenazaban con "derrumbar" al mundo civilizado.

Pero esta sangrienta conflagración de trincheras para hacerse de un país petrolero y asumir el liderazgo político del mundo árabe favorecía a un Irán con mayor demografía. Para 1985, la Guardia Republicana de Hussein era expulsada del territorio iraní; desesperado, declaró la guerra a las instalaciones, plataformas y tanqueros petroleros, implantando el terror en todo el Golfo. En el norte, los iraquíes también gasearon a los kurdos, y finalmente fulminaron con cohetes y armas químicas a Teherán y otras ciudades iraníes. El conflicto entrañó un millón de víctimas, la destrucción de ciudades e instalaciones, el quebrantamiento de la banca árabe y la caída en flecha de las exportaciones petroleras. Borrado de la lista norteamericana de Estados terroristas, y suspendida la crítica a sus violaciones a los derechos humanos, Hussein escapó a la censura internacional sólo porque su enemigo era Jomeini.

Es curioso que no se comprendiesen entonces las profundas implicaciones de esta guerra sin precedentes, que repetía en el Oriente Medio el preámbulo de la II Guerra Mundial, de un líder "elegido y puro", con planes napoleónicos, que violaba prohibiciones del Corán, como la captura de rehenes. Nadie levantó su voz cuando Hussein desestabilizó al Líbano armando a los cristianos maronitas, o cuando adquiría ilegalmente componentes para sus programas de armas nucleares y bioquímicas.

El interés de Sadam por las armas químicas se remonta a 1967, cuando con la ayuda de expertos alemanes levantó una pequeña planta de armas químicas. En 1976 los franceses construyeron el reactor Osiris, en Tamuz, y tres años después el Mossad voló en Tolón dos reactores destinados a Bagdad. Un año después, el físico egipcio Yahya El Meshad, cabeza del proyecto atómico iraquí, fue baleado en el hotel Meridien, en París. El 7 de junio de 1981 un electrizante golpe aéreo israelí demolió el centro nuclear de Tamuz.

Las flojas leyes de la ex Alemania Federal sobre la exportación de materias nucleares y químicas posibilitó que la empresa Imhausen Chemie propiciase al Irak un potente arsenal químico (gas mostaza, gas nervioso), al igual que la ex Alemania Oriental. El combinado austro-alemán SAAB-16 y el alemán Messerschmidt desarrollaron su cohetería, y ya en diciembre de 1989 Irak experimentó cohetes de mediano alcance con ojivas de alto explosivo. El consorcio alemán Karl Kolb, y la firma de Hamburgo WET, formaron parte de este tráfico del horror.

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