Miércoles, 16 octubre 2002 Año III. Edición 473 IMAGENES PORTADA
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Carta a Césare Lombroso

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 2 / 3

Y no se quedó ahí, atávico y estigmático, no señor, le metió moña al potaje, revolvió, y sacó del caldo el cucharón humeante, clasificando cuatro tipos de criminales. Cuatro, como los jinetes del Apocalipsis, que llevan bestia por los dos lados: por abajo y por arriba, como un pastel con nata. Ese hit parade de Comencubos se da de la siguiente manera:

—El criminal nato
—El criminal de pasión
—El criminal insano
—El criminal ocasional

El criminal nato —no confundir con ñato, que ahí se aumentarían sensiblemente los candidatos al desguace, con nocturnidad, alevosía, machete y pata'ecabra— es un tipo que nace con los ojos torcidos, con rabia en el tablero, con atavismos y falta de calcio. Claro que en Cuba sería como un primate con luz larga, que ya viene al mundo encabronado porque desde el útero sospecha que le van a tasajear la cuota de leche a los siete años, y eso, realmente te funde el foco del porvenir, he ahí la predisposición a la nocturnidad. La alevosía es vocacional. Y otro detalle que se aplica en esa isla mía, otrora Mayor de las Antillas, que ahora está en la puntilla: como las estadísticas oficiales salen medio atávicas, y niegan lo de la mortalidad infantil, pues estos natos vienen con la mortal misión de hacer bajas en la membresía cuando logran estar más creciditos.

El criminal de pasión —y ahora resuena en mis oídos ese himno de la PNR cuyo autor es Huckelberry Hound: "Atrapar al criminal, ay que grande, ay que grande, ay que graaaaaande es mi pesar, mi mamá me lo decíaaaaaaa"— es el inflamable, el que arde en un cuarto de tierra ante una situación imprevista. Un tarro, un despido, una mirada sospechosa, un pisotón en los tacos de afuera, un pellizco de nalgatorio, una mala nota —y no me refiero al mundo académico, que conste— o una mentada de progenitora. Muchas veces la compulsión viene del miedo al ridículo, como que delante de la gente en la cola te den el pan más chiquito, o tras ayudar a un ciego visual a cruzar la desierta avenida te diga: "Gracias, compañera", con el trabajo que te ha costado el corte recto y el fleitó. Se asegura también que en este equipo caben, fundamentalmente, las féminas ofendidas e intrigantes. Que llevan su calculadora y su ágatacristi procesado. El género ha decaído mucho, y está en crisis: del venenazo de la Borgia se llegó al luzbrillante en el colchón y al fósforo de la libreta.

Ya con lo del criminal insano, el mismo apodo lo dice, lo especifica y te lo ingresa en bandeja. Ese es freudiano, solapado, casasola, retorcido. Puede pasarse media vida sin darle un gaznatón a nadie, pero se hace crítico de cine o de teatro, por aquella cosa vacuna de tener cuatro estómagos, y el libro no le pasa por la redecilla. Observa las ventanas y las cerraduras con bastante arrobamiento. Nunca te mira a los ojos, sino a la base del cuello, para ir midiendo el trayecto de la chaveta, o la mejilla donde pudiera firmarte el autógrafo. Claro que lo de "insano" confunde un poco, porque uno espera verlo siempre con fiebre, tosiendo, medio amarillo o paliducho, y a lo mejor mide seis pies y estudia en la ESPA. Porque es muy difícil descubrir de un solo vistazo el hongo en el cerebro.

El último modelo del ranking es el criminal ocasional, ese que mete mano cuando puede, no cuando sus genes le lanzan al paraguayo. Ahí pudiera entrar la figura predelictiva del carnicero, teniendo en cuenta la espaciosa, lenta, vituperable y nunca fija entrada de mercancías en su cubil. O el bodeguero, aunque éste padece de oportunidades más seguras en el calendario, al menos desnucleando la cosa en el azúcar y el sobrecito de café. El criminal ocasional es muchas veces un virtuoso en dar el palo cuando se la ponen a tiro, cuando le pasan la pelota a la altura de las letras, cuando lo nombran dirigente o simplemente, cuando no hay control y ayuda a la vista. Es lo que yo llamo un delincuente capilar, si tomamos al pie de la lepra que a la ocasión la pintan calva, aunque no todos los rapados son gatos.

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