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El reino del espíritu

Es ya famoso el desinterés cubano por lo material y, sobre todo, por su emblema más internacionalmente reconocido: el dinero.
por ENRISCO, New Jersey Parte 1 / 2
Cena en el Puerto
Cena en el Puerto (Cundo Bermúdez)

Existe un consenso universal de que Cuba es el Reino Privilegiado del Espíritu. Podrán escasear cosas que en otros países, entregados a un materialismo obsceno, se consideren esenciales para la vida —comida, agua... (oxígeno si se trata del interior del transporte público)—, pero en lo tocante a riqueza espiritual nuestra ventaja sobre el resto del planeta es abrumadora. Por ejemplo, si encontramos que por todos lados hay quejas sobre la gente sin moral de ningún tipo, la mayoría de los cubanos cuenta, al menos, con dos morales. Una doméstica, que obedece a los dictados de la conciencia, o sea, de uso restringido al baño y la cocina fundamentalmente, y la otra, la pública, que responde al instinto de conservación y dispone de un radio de acción que incluye el resto de la casa y alrededores, justo hasta donde empiezan las aguas internacionales. Más allá sería aplicable una tercera moral, la de los viajes al exterior. Ésta obedece al poco estudiado Instinto de Conservación de Posibilidades de Seguir Viajando.

Famoso ya va siendo en este municipio del universo conocido como sistema solar el desinterés de los cubanos por lo material y, sobre todo, por su emblema más internacionalmente reconocido: el dinero. En décadas pasadas causaba asombro en nuestros visitantes que las cubanas más audaces en el trato con extranjeros rechazaran el pago en metálico por sus espontáneos intercambios sexuales. Cierto que en cambio aceptaban algún que otro regalo cargado de ternura y romanticismo —jabón, aceite, detergente o una libra de picadillo—, pero no se trataba de un modo de disimular su interés económico o una variante medieval de prostitución. No: como una muestra más de su profunda espiritualidad, aquellas precursoras querían poner en alto nuestra conocida hospitalidad. Pero si ofrecían sexo totalmente gratuito a nuestros visitantes corrían el riesgo de que lo confundieran con otras reconocidas gratuidades del sistema cubano como la salud pública y la educación, lo que hubiera menguado bastante su costado recreativo. Nadie despliegue la misma ansiedad cuando va a la cama en buena compañía que cuando se acuesta a solas en una mesa de operaciones.

Ya se ha dicho que la fama que tiene la profunda espiritualidad del cubano ha rebasado nuestras fronteras. No importa las pruebas que se presenten en contra de ella: su fama permanecerá intacta. La capacidad de resistencia de nuestra fama de espirituales es tan alta que la Seiko quiere patentarla para recubrir sus relojes de pesca submarina. Tomemos por ejemplo uno de esos turistas entusiastas de la excepcionalidad espiritual cubana. Verá regocijado cómo a cada paso se manifiesta la hospitalidad y generosidad del cubano. Nunca tendrá la indeseable sospecha de que el entusiasmo con que es recibido obedece a algún sórdido interés material. El entusiasmo por su persona sólo puede obedecer a que a los cubanos no hay nada que les satisfaga más que sonreírle a un tipo que nunca han visto en su vida.

No hay de qué preocuparse. Suceda lo que suceda nada hará decaer la confianza mundial en nuestro espíritu. Puede que un día nuestro turista se encuentre caminando por la Plaza de Armas seguido de una turba de niños que le piden desde caramelos hasta el elástico del calzoncillo que lleva puesto ese día. Luego será abordado por un sujeto vivaracho que le mostrará un álbum familiar donde cada ejemplar femenino viene acompañado por un número. Nuestro turista seguramente supondrá que esas cifras corresponden a algún curioso código familiar, aunque la respuesta sea mucho más sencilla: es el precio en dólares por noche. Mientras intercambia impresiones sobre la interesante familia, otro sujeto se le acercará y con toda nuestra gracia proverbial le extraerá la cartera del bolsillo para luego alejarse a una velocidad con la que se podría poner a prueba la teoría de la relatividad. Y desmentirla. Se comprobará que un cuerpo que viaja a la velocidad de la luz no aumenta su masa, sino sencillamente desaparece. Pues bien, el turista regresará a su país asombrado de la solidaridad que encontró a su paso por Cuba, donde la gente se entregaba entusiasmada a la tarea de quitarle los lastres de la sociedad de consumo seguramente para quemarlos después en algún acto de masas. De paso, el visitante introducirá en su país la moda de usar tirantes para sujetar los calzoncillos. Y si es posible, también la cartera.

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