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Carta a Sindo Garay

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 1 / 3

Esmirriado y trovadoresco Antonio Gumersindo Garay García:

He de confesarle que tenía razón: "las penas que me maltratan" siguen siendo una pila todavía. Aludes. Burujón puñao. Crecen incesantes. No me matan porque esa función la asumieron otros más alegres y efectivos, pero se multiplican como los paramecios en una lata del patio, engordan, se hacen las bobas, se pintan las uñas y se caen a yitis entre ellas a cualquier hora. El atropello es lento y sutil. Y no de tránsito. Usted lo sabe mejor que nadie, con ese afán de jeringar que siempre tuvo. La vida es un tormento fiero. Pero usted colgó el bordón a los 101 años, allá por 1968, y se perdió el resto de la obra. Que tal parece que las mejores emociones se guardaban para los finales. Si ya me agarró la seña, suba la mascota, que por ahí mismo voy, bajito y pegado a la rodilla. Y no lo estoy describiendo a usted, sino que anuncio mis lanzamientos a la goma. Así que despéguese un poco, que no creo en majagua dura.

Desde hace mucho quería decirle cuánto le quiero. Y que es usted un gran paradigma en mi vida. Pero si quiere, lo de grande lo suprimimos. Por eso he repasado mucho su historia. Y he encontrado cada cosa tremenda. Sí señor. Desde aquella mañanita en que fui a rectificar en la cola de los cakes de boda. Yo había tropezado por segunda vez con la misma piedra, es decir, había metido firma de nuevo con el Gótico de la Familia y testigos. Y quería cake, como corresponde a todo recién cansado, por aquello del dulce. Y también por comprobar lo que dura un merengue, aunque esta vez evitaría la puerta de los colegios. Y fui a rectificar mi turno. Porque en la Cuba que usted dejó al garete les entró una manía enfebrecida de rectificarlo todo. Hasta los turnos. Y había que ir muchos amaneceres apacible y muchas tardes grises, y hasta con nocturnidad y alevosía para que una morena gorda se subiera al mismo banco donde ahora han sentado a ese muchacho músico, John Lennon, y se pusiera a cantar, no que necesitábamos amor, sino los nombres de los que teníamos derecho a panetela. Y había, me parece ahora, como un trauma con las gallinas, que no acababan de acomodar bien los huevos para construir la masa. Pues si usted está allí, seguro que sale cantando conmigo lo de "se agolpan unas a otras y por eso no me matan". Qué molote, compay. La masa del cake se demoraba, pero las masas no. Lástima que no me hizo la media aquella vez. Yo salí dispuesto a ser diabético, tarareando su canción. Mire lo que puede hacer una tarta en la vida de un hombre, y lo lejos que he venido a comerme la cuña.

En el repaso de su larga y agitada vida descubrí que usted trabajó en los circos. Y también que fue talabartero. Déjeme decirle que, no sé si por imitarlo, o por cariño, o porque ya la papa viene sin pelos, pero los cubanos han hecho de esos oficios pan comido. Y que me perdone Dios por esa triste metáfora cruel. Rectifito páez: los cubanos han hecho un bururú barará de esos dos nobles trabajos. Hasta Willi Chirino lo afirmó con eso de "ahí empezó la cruda realidad/ de todo el que se tira a la maroma". Así las cosas hoysito, maromeros somos y en el mal andamos. La de malabares y payasadas que hay que hacer a diario. Usted no ha visto los números de magia que se realizan con ese bicho feo que se llama langosta. Langosta situación familiar le ha entrado a ese calamar con armadura por la raya de primera, y creo que hay un loco que ordenó agujerear la Isla por debajo, sólo para que el crustáceo respire un par de meses. En ese caso vale reformar un pellizco su canción, y cantar La veda es un tormento fiero. Lo que se inventa bajo la carpa ya no es de su tiempo. Y no le hablo de las acrobacias con el aceite, ni el trampolín con los huevos. El famoso Vuelo del Pájaro es una bicoca si lo compara con lo que se hace para que el café no se extinga de un golpe de varita. Malabares en su tinta: plato del día.

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