Por si acaso |
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El Bobo de Abela en la Isla del doctor Castro. |
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por RICARDO GONZáLEZ ALFONSO |
Parte 1 / 2 |
Si el humor y la política fueran líneas paralelas —algo improbable—, romperían las leyes de la Física y convergerían en un punto: Cuba. Es más, teniendo en cuenta la idiosincrasia cubana, su gracia y desgracias, algún émulo de Einstein podría proponer la siguiente fórmula: el espacio de las masas es igual al tiempo reído.
Por supuesto, una variante altera el planteamiento: la de la censura. Ésta, según los especialistas, puede ser de dos clases: mala... o peor. Pero variantes aparte —o incluidas—, los ejemplos que confirman la fórmula arriba expuesta son muchos. Basta con el del Bobo, creación del caricaturista y pintor Eduardo Abela (1891-1965).
El personaje, que de tonto no tenía un pelo y era tan popular como satírico, nació en las columnas de La Semana entre 1925 y 1926. En un principio representaba la picaresca criolla. Después se politizó. Fue entonces que fustigó al dictador Gerardo Machado hasta que éste, debido a presiones internas y externas, huyó a las Bahamas el 12 de agosto de 1933. Pero antes el Bobo fue expulsado de la prensa varias veces, durante dos o tres semanas. Sin embargo, Abela no fue condenado por propaganda enemiga, ni por desacato a ninguna figura mínima o máxima. La censura de entonces era sólo eso: mala.
El Bobo, acompañado a veces por su ahijado, por un profesor o por ambos, y valiéndose de una serie de ingeniosas claves —como la de una banderita cubana—, estableció una relación de complicidad entre el humorista y los lectores en la cual el régimen imperante era sentenciado a la burla perpetua.
Actualmente muchos disidentes aseguran que si el Bobo renaciera en un periódico como Juventud Rebelde (¡vaya eufemismo!), los lectores andarían de risa en risa (y el autor de reja en reja). No resulta superfluo recordar algunos de aquellos chistes trasladándolos al presente:
Después de una amnistía aparecen en el diario Información, el 5 de enero de 1932, el Bobo, su ahijado y el Profesor. Se establece el siguiente diálogo:
—Parece que los presos políticos van a disfrutar de libertad...
—¿Y nosotros?
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