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A falta de casabe (IX)

por RICARDO GONZáLEZ ALFONSO  

El primer eufemismo aborigen que recoge la historia es el códice de abastecimiento. Era una pictografía manuable donde se marcaba la cuota de comida asignada al indígena de "a pie".

En un principio se distribuían, cada treinta soles, un puñado de pellejitos de cocodrilo, 6 huevos de jicotea, medio güiro de aceite de coco, una torta de casabe, un montón de bolitas de catibía, tres mazorcas de maíz, dos boniatos per cápita y un almiquí por núcleo.

Además correspondía un güiro de leche de manatí a cada indigenita de cero a 2 355 soles y dos lunas (los ibéricos decían siete años); pero cualquiera podía adquirir este producto lácteo trocándolo por una pepita de oro, lo que también se hacía con las jutías, el ají, la yuca y otros alimentos en los llamados Mercabateycitos. El cohíba (aunque el cacicazgo indicaba que hacía daño a la salud), la chicha (sobre la que no se advertía nada) estaban por la libre. Nada, que la cosa todavía se podía aguantar.

En determinadas efemérides se celebraban los areítos. En esas ocasiones se preparaba un ajiaco donde cada indígena aportaba algo de la cuota del códice de marras, así como un puñado de ajíes, un trozo de yuca y una pizca de bija; mientras que el cacicazgo entregaba a cada Comité de Defensa Aborigen una cabeza de iguana para cocinar aquel sopón autóctono y festivo.

Fue después que la situación se puso de Mabuya pa'rriba. El Cacique aseguró que la culpa era del bloqueo apache y de la caída del campo eslavo, aunque muchos taínos afirmaba que se debía a la siembra de maíz en las ciénagas, al cultivo del boniato en los manglares y a otros experimentos descabellados.

Entonces empezaron a dar pellejitos de cocodrilo ligados con maloja, producto que la máxima dirección del cacicazgo denominó "carne texturizada", para la indiada no era más que picadillo de maloja (o mal hoja) y san se acabó.

Los huevos de jicotea se redujeron a dos de vez en cuando; el aceite de coco parecía un milagro del Gran Semí; la yuca y el ají, el maíz y el boniato desaparecieron y los almiquíes se extinguieron pues, según el Máximo Cacique, los apaches no firmaron el Tratado de Kioto.

Los ombligos de los aborígenes se veían lo mismo por el vientre que por la espalda. Tal parecía que la tribu se extinguiría por obra y desgracia de la hambruna, hasta que despenalizaron los doblones y se crearon los agrobehíques, donde había casi de todo, mas a precios tan altos como las palmas.

Pero, sin dudas, en las TRD (Tiendas Recaudadoras de Doblones) el abastecimiento era mejor. Había jamón de caguama, almiquíes ahumados, aceite de coco sin colesterol, filetes de iguana y hasta vinos de Castilla.

El Cacique y los miembros de la tribu con más de seis plumas en el penacho, los caribes, los behíques por cuenta propia, las jinetaínas y los nativos que tenían algún pariente "afuera" (o sea en cualquier parte menos en Cubanacán) poseían doblones; pero a los demás les tocaba un hambre que los dejaba más flacos que el bejuco ubí.

Sin embargo, de acuerdo a los mensajes de los mayoguacanes oficiales, no había tal hambruna, sino más bien, cierta escasez denominada Etapa Distinta en Tiempo sin Guerra.

Lo que nunca escaseó fue la chicha a granel. Era una estrategia sico-sociológica. La embriaguez hace ver doble, y no es lo mismo que uno se coma una lagartija, a que se haga la idea de que se tragó dos.


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