Miércoles, 31 julio 2002 Año III. Edición 421 IMAGENES PORTADA
Economía
Tal vez, sin embargo

¿Emplearía el señor Fidel Castro una apertura económica con fines políticos?
por LUIS MANUEL GARCíA, Sevilla Parte 3 / 3

¿Emplearía el señor Fidel Castro una apertura económica con fines políticos? Sin dudas. Una mejora en la economía insular, sobre todo gracias a la llegada de turistas norteamericanos, permitiría mayores gastos en la "batalla de ideas", pero sobre todo reduciría el descontento al aliviar la precaria cotidiana del cubano. ¿Una solución mágica para los problemas de la Isla? No. Se sabe que su nefasta política económica, y su insistencia en reprimir la iniciativa y creatividad de los cubanos, son las causas del desastre, que una apertura apenas paliaría. Claro que desde ese momento La Habana perdería al embargo como culpable de todos los males y sólo le quedarían los rusos, el clima y la "coyuntura internacional" tantas veces invocados.

De modo que, a corto plazo, el mantenimiento del embargo podría servir de excusa política y acentuar la miseria de los cubanos, sin inducir cambios ni atenuar el discurso apocalíptico de FC contra el imperialismo, dado que no tiene nada que perder y sí gana, con este fácil expediente, una solidaridad internacional que otros países, más pobres que Cuba, no disfrutan. No es raro entonces que durante cuatro décadas haya bombardeado cualquier distensión entre Cuba y Estados Unidos, sobre todo mientras contaba con la subvención soviética. Su relajación, en cambio, haría menos precaria la supervivencia de los cubanos del insilio, les permitiría un intercambio personal con ciudadanos norteamericanos (yanquis, come home), modificando tal vez la perspectiva maniquea que le machaca a diario la propaganda; y al eliminar la excusa por excelencia, permitiría al mundo preguntarse: ¿Y ahora por qué no despega alegremente la economía cubana?

A mediano plazo habría, posiblemente, otras consecuencias. Una vez que la industria turística cubana se "ajuste" al flujo de clientes norteamericanos, y al acceso de sus exportaciones a ese mercado, posiblemente se dulcificaría el discurso antiimperialista para no arriesgar una recaída, y el descontento consecuente. Se multiplicaría el intercambio cultural e informativo con el vecino del norte, derogando paulatinamente los miedos inducidos durante tantos años; algo esencial de cara a una futura transición, inevitable aunque se decrete lo contrario.

En contraste, cualquier intento de derogar por la fuerza desde el exterior al régimen cubano, invocando "la eliminación de Cuba como centro neurálgico" de la subversión, o su presunta peligrosidad, sería un gravísimo error. Tras casi medio siglo queda claro que para FC el pueblo cubano es apenas el quórum necesario para el ejercicio del poder y su propio papel en la historia. De modo que en el ocaso de su vida, inmolaría sin dudarlo cientos de miles de vidas, para cerrar con acordes wagnerianos su actuación en el teatro de la política.

Aquellos que sueñan una Cuba democrática y plural, dueña de sus potencialidades, deben recordar siempre a Tucídides, porque la ciudad no son sus murallas, sino sus habitantes. Y nuestros compatriotas de la Isla desconfiarían, con razón, de quienes claman por su libertad apostando por su miseria.

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