| Fonts, el quinto mosquetero |
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| Honor a quien honor merece: un deportista excepcional en todo tiempo y circunstancia. |
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| por ROGERIO MANZANO |
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Athos, Porthos, Aramís y D'Artagnan fueron los cuatro espadachines que Alejandro Dumas inmortalizó en su famosa novela Los Tres Mosqueteros. Pero, de haber conocido a Ramón Fonts, seguramente hubiera aumentado el grupo a cinco.
Apenas resultó cuestión de tiempo, porque aunque el cubano nació el 31 de julio de 1883 en la mayor de las Antillas, desde pequeño emigró con su familia hacia la patria de Dumas, donde además vivió la adolescencia y gran parte de la juventud.
A los once años la fama del criollito rebotaba de Notre Dame al Jardin des Tuileries, del Sena a los Champs Elysees. Era campeón absoluto de esgrima en Francia y no por el dinero que poseía su familia, sino por el talento que le nacía a borbotones.
Esa maestría por vocación, labrada desde temprano, lo llevó a perfeccionar una estocada certera y le proporcionó seguridad en los ataques, que se tornaban magistrales por la potencia en la embestida.
Era, además, un hombre que impresionaba a sus rivales. Poseía unos brazos largos y robustos, como cilindros de acero, con los cuales lanzaba golpes vigorosos. La estatura, elevada y proporcional a las extremidades, agigantaba el temor del contrario, y de sus ojos peligrosos emanaban azagayas de luz tropical que hacían retroceder a los más valientes.
París acogió la Olimpiada de 1900, y una sed insaciable de triunfo le llevó a dar el último salto hacia la eternidad. Allí demostró que no era un niño engreído de 17 años, sino un artista avezado en el oficio de las armas; se adjudicó oro en la lid de espada individual y plata en la prueba para maestros y amateurs.
Esas medallas olímpicas no sólo fueron las primeras para él, sino un gran orgullo para Cuba y Latinoamérica. Fue, asimismo, el comienzo de una carrera sensacional que completó cuatro años más tarde en Saint Louis, Estados Unidos, durante la tercera cita olímpica. En esta última conquistó oro en las especialidades de florete y espada individual. También obtuvo una presea bronceada en florete por equipos. Una actuación insuperable hoy día para un hispanoamericano en certámenes de esta categoría.
En cambio, su participación en el torneo olímpico le granjeó algunos enemigos que no estuvieron de acuerdo con su asistencia. Como todo un caballero, defendió su honor y los retó a duelo, pero ninguno se atrevió a contestar el desafío del campeón. Una vez confesó que había retado a más de cien hombres por agravios a su persona, empero nunca llegó a batirse con ninguno, porque siempre rehuían el encuentro.
Fonts no sólo dominaba todas las especialidades de la esgrima, también practicaba el boxeo francés, el ciclismo y el tiro. Entre sus sorprendentes hazañas se cuenta haber obtenido el doble campeonato centroamericano de modo consecutivo (1926-1930), en florete y espada. En estas especialidades se mantuvo activo hasta los IV Juegos de Panamá 1938, en los que resultó el competidor más veterano en concurso.
Ramón Fonts murió en La Habana el 9 de septiembre de 1959. Afortunadamente, su figura trascendió el paso de los años y los sistemas políticos. El sentido de la disciplina, el honor y la hidalguía que le caracterizaron, le permitieron sobrevivir como el más bizarro de los esgrimistas cubanos de todas las épocas, aun por encima de la actual propaganda política, que ha debido reconocerlo como lo que es: una genuina gloria del deporte cubano y uno de los atletas más extraordinarios del mundo.
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