Jueves, 30 mayo 2002 Año III. Edición 377 IMAGENES PORTADA
Los libros
Presidio modelo

por C. E. D., Miami Parte 3 / 3

Sólo tenía tres trajes de militar, color kaki. Uno de gala, blanco. De paisano ninguno.

El día que ordenó matar a los doce dijo: "Este día es demasiado pequeño para poder hacer todo lo que tengo pensado".

Odiaba a los poetas.

El gobierno de Castells fue una serie de fracasos: anunciaba una cosecha de plátanos estupenda hoy, al otro día el viento derribaba el platanal (¿a quién nos recuerda este Castells en versión amplificada? Castro y Castells no hacen una mala pareja sonora).

Admiraba a Martí y a Napoleón y tenía algo de Robespierre.

Cúmplase la orden: esto era una sentencia de muerte.

Otra: "Cabo, éste no quiere volver a las filas."

Otra: "Cabo, le regalo a este tipo".

Bostezaba 150 veces al día por lo menos.

Odiaba a los perros pero le gustaban los cocodrilos.

Le tomaba el pulso a los enfermos con guantes.

Sus frases favoritas eran: cabrón, recabrón, maricón, tortillero, bobo, mentecato, cero listo, vivo del presidio, bicho, cucaracha, cara de usted y es tú, majá con bigote, vendedor de periódicos, jugador de gallo y dominó.

Recientemente he comenzado a escribir una novela y curiosamente, uno de sus personajes principales, el capitán Buenaventura, un asesino institucional cualquiera, lleva su Cuaderno de notas. ¿Es este Buenaventura una copia platónica de Castells? Es muy posible. Uno olvida pero la memoria trabaja por uno, como el inconsciente, según Freud. Desde mi infancia no había vuelto a tocar el libro, y es ahora, en el exilio, que retomo su lectura. Y vuelve a sorprenderme. Como me sorprenden los libros de otro cubano olvidado, Miguel de Marcos, que encontró una prosa increíblemente absurda y a la vez real para describir nuestro paisito. Nuestro regalito envuelto en papel de plata, para que no se descomponga.

Yo creía estar más cerca de Paradiso, la novela de Lezama, y resulta que mi mente (mi pobre desmemoria) trabajaba en otros reductos. Castells es uno de esos reductos neuronales, donde las sílabas encajan perfectamente con la oscura realidad que uno trató de reconstruir para sí mismo. Le agradezco a Pablo su libro. Le agradezco que no haya sido otro libro, ni los Versos sencillos o La edad de oro, de Martí. No es que éstos no sean excelentes y que no los haya leído. Pero le agradezco haber estado preso en mi infancia, en sueños y mientras lo leía.

Castells...

Sabe Dios cómo era Castells.

No recuerdo cómo era ni si Pablo lo describe. Que odiara a los poetas no era algo importante. Casi todo el mundo odia a los poetas. Pero el uniforme de Gala Blanco. ¿Cuándo se lo puso Castells? De eso sí no me acuerdo.

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