Miércoles, 20 febrero 2002 Año III. Edición 306 IMAGENES PORTADA
Los libros
Epistolario

por C. E. D. Parte 2 / 2

Si quisiéramos recapitular el Modernismo cubano, qué mejor retrato de nuestro Julián del Casal que ése que nos deja Juana, enamorada de él a través de su poesía. Qué ejemplo mejor del espíritu de elite que dominó ese momento que el recuento por medio de la correspondencia de la hija de las tertulias del padre, el también escritor Esteban Borrero, que reunió en su casa lo mejor de las letras de entonces. Allí, cada noche, la poeta adolescente esperaba al poeta mayor entre los modernistas para ofrecerle sus versos y su virginal pasión. Pero el autor de Nieve actuó de mentor, no de amante: amante fue otro poeta... menor si juzgamos por lo que Juana reclama en sus misivas.

A Juana Borrero le ajusta aquella queja que encontramos en otro gran epistolario del XIX cubano, el de Gertrudis Gómez de Avellaneda. También ella sabe que "esa sed de vida" que la consume es superior a las posibilidades de acción que su época le brinda. No es coincidencia entonces que estos grandes alegatos antipatriarcales se hallen en un género que hasta hace poco no se reconocía como literatura. Como diría Josefina Ludmer en su magnífico texto Las tretas del débil, sobre la escritura de Sor Juana: "Aceptar la esfera privada como campo propio de la palabra de la mujer... pero a la vez, al constituir esa esfera en zona de ciencia y de literatura, negar desde allí la división sexual... desde el lugar asignado y aceptado, se cambia no sólo el sentido de ese lugar sino el sentido mismo de lo que se instaura en él". Sin embargo, si bien la famosa dama de la literatura —que lució su corona de laurel en Cuba y se paseó en la corte madrileña— fue un pilar reconocido del protofeminismo cubano desde las páginas de su Sab, en un género tan establecido como la novela, la Ofelia cubana, la que murió en Key West y sólo por breve tiempo pudo brillar por su talento entre los poetas que visitaban el salón de su padre, fue aún más allá al practicar una escritura femenina que se sostiene por sí misma en el temblor de la sílaba y en el significado desasido de estructura, aprehendido al deseo que se deja escapar sin encontrar aún su nombre. Leer sus cartas fue para mí un aprendizaje único sobre el poder de la palabra de la mujer.

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