Lucía Jerez |
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por C. E. D. |
Parte 1 / 2 |
Una vez más el nombre de José Martí figura en esta sección. La elección de una obra suya se debe al poeta y narrador Luis Marcelino Gómez, quien ha hecho una lectura de Lucía Jerez que, como él mismo comenta, lo ha llevado a enfrentarse al Martí mito.
Martí a la luz del nuevo siglo
En la primavera de 1995 tuve mi primer acercamiento a Lucía Jerez, en un curso sobre la prosa modernista hispanoamericana que impartió el doctor Reinaldo Sánchez en la Universidad Internacional de la Florida. Pero mi encuentro con su autor ocurrió cuando tenía unos nueve años. Fue con La edad de oro, cuyas poesías aprendí de memoria, así como párrafos completos de sus ensayos. En aquéllas mis primeras lecturas martianas, también disfruté de sus cuentos. Luego lo que más me impresionó fue la exquisitez de su epistolario.
He celebrado a José Martí diciéndome que, a veces, es superior a Miguel de Cervantes. No me refiero a la estructura del Quijote, obra magistral, especialmente para mí por la metaficción de su segunda parte, sino a la prosa martiana, que por momentos no siento modernista sino acrónica. Mucho he disfrutado la perfección y profundidad de un trabajo tan temprano como El presidio político en Cuba, o su poesía, no sólo el Ismaelillo, iniciador del modernismo, sino también muchos de sus herméticos poemas, sus discursos, artículos y el acabado de sus diarios, escritos en campaña.
Pero elegí a Lucía Jerez por algo que me colocó a Martí en la contemporaneidad. Aclaro que al intentar esta hermenéutica tuve que enfrentar en mí mismo al Martí mito, lo que en cierto modo era negar lo que se me develaba. Porque Lucía Jerez me situó frente a una latitud desconocida de quien ha sido nombrado Apóstol de la Patria, Héroe Nacional y Maestro. Por eso me sorprendieron las relaciones sutiles que se entretejen en sus personajes. Por tal descubrimiento la escogí. Siento que el espacio sea corto y que no pueda extenderme en razones. No hablaré del Martí que, al comienzo de la novela, parece estarnos pintando un cuadro impresionista en los jardines de Giverny, pues su prosa semeja un cuadro de Monet, ni a hechos de la obra no estudiados como el Spirto gentil de La favorita, de Donizetti, tema que inicialmente creí que tenía que ver con la trama y que, en voz de Enrico Caruso, me dio la oportunidad de compartir mis ideas con el profesor Iván A. Schulman. No voy a referirme a lo estético sino a lo ético. Pretendo hacer un comentario, "unamunamente" hablando, sobre un Martí muy conocedor de los inefables hilos que unen a los seres humanos. Un Martí que hasta ahora nadie ha mostrado.
Seré directo. En la relación entre Juan y Pedro existe cierto regodeo que hasta ahora no ha sido descrito. A Pedro el narrador lo nombra "rica hermosura de hombre", "turbulento mancebo", "catador de labios encendidos", etc. Hay sensualidad en las expresiones que utiliza. Pero observemos lo que es para mí una clara alusión homoerótica masculina en Lucía Jerez: "Juan quería a Pedro, como los espíritus fuertes quieren a los débiles, y como, a modo de nota de color o de grano de locura, quiere, cual forma suavísima de pecado, la gente que no es ligera a la que lo es". En el prólogo a su novela, Martí dijo que no podía tener "ninguna pasión pecaminosa". ¿Qué, pues, quiso decir, cuando situó una relación entre dos varones "cual forma suavísima del pecado", si la amistad entre seres de igual sexo es permitida por la moral judeocristiana? Pues que Martí suavizó una relación "pecaminosa" entre varones, ya que "Juan quería a Pedro (...) a modo de grano de locura". Estos sutiles ejemplos de homoerotismo abundan en la novela.
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