Viernes, 15 noviembre 2002 Año III. Edición 495 IMAGENES PORTADA
Cultura
La industria del acercamiento

¿Cómo el Ministerio de Cultura intenta neutralizar a la intelectualidad exiliada o disidente? El artista-funcionario: un jaque al descubierto del nuevo oficialismo cultural.
por ARMANDO AñEL, Madrid Parte 3 / 3

Carlos Varela
Cantautor Varela

Integrante de ésta última agrupación, Yotuel Romero aseguraba en entrevista todavía inédita a CUBAENCUENTRO: "Nosotros somos procastristas, somos un grupo procastrista (...) ellos [los norteamericanos] quieren tener a Cuba como una isla de fiestas, de drogas, de juerga y de putas y por ahí no va la cosa". Una retórica que a fuerza de antediluviana peca de caricaturesca, aun cuando halle contrapartida en otra no demasiado explícita: "Todos sabemos la forma en que reacciona el Gobierno de Cuba ante aquellas personas que piensen diferente a la manera oficial. En este sentido, hay que pensar que en Cuba todavía queda familia, y tú tienes que saber lo que vas a decir y lo que no vas decir", ha asegurado el también rapero Nilo Castillo. "Que a Cuba no se puede ir y luego venir si te muestras inmoderadamente crítico con el sistema imperante" (más que nada con Fidel Castro), podía haber agregado, pero no había que hacer leña del árbol caído. "Que si te portas 'mal' no puedes poner un pie en Cuba... y si tienes familia en Cuba no puedes portarte mal", debería haber quedado claro, pero el diablo son las cosas.

Cuando a finales de 1999, en su destartalado domicilio de La Habana Vieja —y a raíz de que algunos de sus textos aparecieran en un sitio tan políticamente incorrecto como Internet—, el narrador Sergio Cevedo Sosa recibía la visita del delegado de la UNEAC Francisco López Sacha, que se "interesó" por él y hasta le dio "buenos consejos" (la UNEAC quita a muchos escritores de en medio con viajes y becas al extranjero, "para que se queden y cooperen", o les brinda "atenciones especiales" —apartamenticos, chivichanas, días de vino y de rosas...— con el objetivo de contentarlos, lo cual abona el terreno a las nuevas generaciones de artistas-funcionarios), no estaba sino asomándose a un fenómeno que sale a la luz en el exilio, único espacio en el que, dadas las circunstancias, lo cubano consigue airear sus prendas interiores. Como no podía ser de otra manera, "la industria del acercamiento" también eclosiona en La Habana, aun subrepticiamente: es tiempo de transición y la nueva clase, no importa cuántos atajos se vea obligada a frecuentar, insiste en salirse con la suya.

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