Jueves, 03 octubre 2002 Año III. Edición 464 IMAGENES PORTADA
Cultura
Palma real

Las ofrendas a Changó deben ser depositadas en las raíces de este árbol sagrado, símbolo nacional.
por NATALIA BOLíVAR, La Habana  
Palma

La palma real, majestuosa, concede al paisaje cubano su encanto escultórico, coronada por el penacho de los reyes con su verde esmeralda. Forma parte del panorama típico de nuestra campiña, y es habitáculo del dios de dioses, Changó Obayé, quien desde su copa todo lo observa, todo lo ve, vigilante, como diría la sabia investigadora Lydia Cabrera: "El rey del mundo que se viste de punzó, el negro prieto y bonito que come candela, el dios de fuego, desde la vara afilada y trémula de la palmera que se eleva al cielo, dispara sus flechas a la tierra".

La palma en lengua lucumí se llama Ilé Changó, Iggi Oppwe, Alabi Eluwere, Oluwelon. En congo: Lala, Mábba, Diba, Dunkende.

Todos los africanos o sus descendientes están de acuerdo en que las ofrendas a Changó deben ser depositadas en las raíces de este sagrado árbol: los racimos de plátano, el amalá —harina de maíz cruda o cocinada—, los amarres, los despojos, las rogaciones de cabeza, en fin, todo el mundo mágico de las creencias populares.

Los hijos de este orisha son, por naturaleza, adivinos, pues según sus múltiples historias Changó fue el dueño del Tablero de Ifá, el tablero de la adivinación. Dicen los devotos y adeptos a este orisha que, cuando su frente topa el tronco de la palma, oyen hablar al orisha del fuego y del trueno.

De la palma se cuentan numerables virtudes: sus raíces, su tronco, sus pencas, su palmiche y su tierra, tienen numerosos usos, desde la fabricación de un bohío hasta la cura de los riñones a través de cocimiento de sus raíces. Es uno de los árboles sagrados de las religiones de origen afrocubano.

La palma y Agguema

Changó, enamorado como siempre, quiso cumplir con Oyá en su cumpleaños, y le compró un rubí de tamaño grande y maravillosamente tallado. Lo envolvió en sus hojas de palmas y, con cuidado, le hizo una dedicatoria digna de una reina. Al tener el presente listo, llamó a su mensajera, Agguema, la lagartija, que además era su gran amiga, y le dijo que cuanto antes fuera al ilé de Oyá y se lo entregara.

Agguema, que veía por los ojos de su amo, partió en desenfrenada carrera y, sin ver por dónde pisaba, se cayó en un hueco y ¡catapún!, se tragó el presente. Agguema, muy asustada ya que conocía el carácter de su amo y de Oyá, y con el rubí atravesado en la garganta, se escondió, pues no quería que se dieran cuenta que no había cumplido con el encargo. Pero, además, se quedó sin habla, por no poder desembarazarse de semejante rubí.

Changó, extrañado que Oyá no lo fuera a ver para agradecerle el bello presente, se dirigió a casa de ésta. ¡Cuál no fue su sorpresa al encontrarse a la orisha hecha una furia y derramando fuego por la boca, pues pensaba que Changó se encontraba parrandeando con otras! Fue entonces que Changó se dio a la tarea de buscar a la lagartija en todos los hoyos, rocas y montoncitos de tierra; su furia no tenía paralelo.

Las hormiguitas le avisaron a Agguema lo que le iba a suceder, pues su dueño parecía un león enjaulado; al encontrarla, ella, temblorosa, trató de explicarle, cosa ésta que Changó, en su ceguera, no propició. Ella no pudo hacer otra cosa que huir despavorida al penacho de la palma, donde se escondió y pudo evadir los rayos que lanzaba su amo. Sin embargo, Changó en su furia seguía despidiendo rayos, truenos y piedras; bombardeó tanto que llegó a herir de muerte a su sagrada ilé, la palma.

Es por ello que decimos que, cuando Changó está bravo, lanza sus rayos a la palma; y que Agguema, la lagartija, baja todos los días del penacho de la palma a la tierra, a las 12 del día, para besarla, y saca su pañuelo rojo en señal de arrepentimiento. Y cuando oye tronar, como gesto de respeto a su amo Changó, levanta una patica.


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