Jueves, 03 octubre 2002 Año III. Edición 464 IMAGENES PORTADA
Cultura
Maquinaria de dominación

La muestra Documenta de Kassel XI finalizó recientemente en Alemania. La Isla estuvo representada por dos de sus plásticos.
por DENNYS MATOS, Madrid Parte 1 / 2
Campus
Campus o la Babel del conocimiento (Carlos Garaicoa)

Después de la reunificación alemana, Kassel ha quedado casi en el mismo centro de la nueva Alemania. Todavía hoy son visibles, aunque conservadas ya como señales históricas, las huellas del bombardeo aliado de 1943. En 1955, la ciudad celebraba su primera Dokumenta, en la que el profesor de la academia de Kassel, Arnold Presagia, y el historiador Wener Haftmann, realizaban una exposición de arte joven, pero fundamentalmente una retrospectiva del llamado arte del Modernismo Clásico. El mismo arte que sólo diez años antes había sido calumniado y reprimido por el III Reich, quien en una exposición de 1937 lo calificó de "degenerado". La Dokumenta de 1955, que ocupó varios espacios emblemáticos de la ciudad, no sólo fue una muestra de la reconstrucción material —impresionantemente rápida— sino, sobre todo, de la recuperación espiritual alemana, secuestrada y seriamente dañada por el extremismo nazi. A partir de entonces y celebrada cada cinco años, Dokumenta de Kassel se ha convertido en uno de los eventos más importantes e influyentes del mundo artístico.

La edición XI, que se celebró entre el 8 de junio y el 15 de septiembre de 2002, y de la que fue director artístico Okwi Enwezor, retomó varios de los temas artísticos, éticos, políticos y culturales que calentaron los debates de la muestra anterior, en 1997. Entre ellos destacó la pregunta sobre la razón de ser de un evento de este tipo, que junto con el proceso de "bienalización" que sufren actualmente los circuitos del arte (Venecia, Berlín, Sao Paulo, Valencia, Estambul, etcétera) se ha ido deslizando cada vez más hacia una puesta en escena manipuladora, en función de una espectacularidad y "ferialización" promovidas por la industria cultural y el ocio, necesaria para la especulación económica. Y Kassel ha sido precisamente una de las instituciones que, a pesar de todo su carisma artístico, más viene alimentando últimamente los "contenidos turísticos" de sus muestras. Por otro lado, las discusiones acerca de la globalización y sus efectos de standardización violenta de la diversidad cultural traen a colación el enfrentamiento crispadamente notorio entre el Norte y el Sur.

Catherine David, como directora artística de Documenta X, fomentó en sus intervenciones la esperanza de una presencia mayor de las "regiones periféricas". Sin embargo, su criterio de elección —basado en que las manifestaciones más importantes de la cultura debían buscarse, ante todo, en tradiciones orales como la literatura y el teatro, la música y el cine—, machacó las expectativas del Sur, repitiéndose otra vez su exigua e indignante presencia. Por lo que sus palabras, ponderando el "examen de una interpretación comprensiva del estado de la cultura contemporánea", no pasaron de ser papel mojado. De este modo, el hecho de contemplar a algunos artistas de estas regiones pudo ser interpretado, más que como una responsabilidad ética, política y cultural, como algo ajustado a la demanda de la moda.

Documenta XI 2002, al designar por primera vez a un curador no europeo en la figura del nigeriano Okwi Enwezor, parece dar luz verde a una pretensión largamente aplazada de incluir un por ciento mayor del arte de Asia, África y América Latina. Esto es verdad y puede considerarse un logro, pero no nos llamemos a engaños: seguir catalogando las creaciones y a los artistas en dependencia de su procedencia geográfica, nada tiene que ver con el arte y sí mucho con la política. Así que el verdadero logro estaría no tanto en aumentar los por cientos o cuotas de presencia como en la desactivación de los mecanismos que producen aquellos discursos dirigidos a poner apellidos al arte. Porque tras las estructuras de oposiciones local-global, centro-periferia que ellos enuncian, se esconde el rostro de un nuevo colonialismo capitalista-postindustrial-teleinformático que, a fuerza de estetizar cada vez más la información y "espectacularizar" el arte y la cultura intenta, tras las modas de la fusión y el multiculturalismo, escamotear y teledirigir, según sus intereses de producción y consumo, el verdadero contenido crítico.

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