Servidumbres y maromas |
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por RAúL RIVERO, La Habana |
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Es una contienda encarnizada. Una bronca sin tregua de la noche a la mañana. Una pendencia grosera entre la abyección y el tedio.
Siempre ganan los dos. No importa el número de hombres y mujeres que se inclinen hoy por uno y mañana por otro. Ganan los dos y sus promotores, que atizan la candela desde el puesto de mando.
Seremos el país más culto del mundo, se dice de pronto en un estudio de televisión en La Habana. Seremos, repite una jutía conga que sobrevivió en una manigua de Las Villas. Seremos, parece decir desde el fondo del río Cauto el último manatí del archipiélago.
El pueblo desea y sueña seguir sin elecciones, con libreta de racionamiento, sujeto al permiso de salida, viajar en carretones y rastras de ganado.
Eso desea, se oye enseguida en Ovas, en Chirivico y en Caracusey.
Quiere más, escribe rápido un literato de El Vedado o de La Víbora, quiere la familia dividida para desgarrarse y darle fuerza e intensidad, emoción a la vida. El pueblo se muere por más unanimidades como las de los cisnes de Darío y por volver a ver bueyes en su niñez, echando vaho un día.
La población no necesita Internet para informarse, dice uno de los sabios criollos de la comunicación. No necesita, se oye de inmediato el clamor de oriente a occidente. No sólo no la necesita, escribe entonces un novelista de rango, la desprecia porque confunde los claros mensajes de nuestra prensa revolucionaria.
Nadie aquí quiere más libertad que la que tenemos, que nos permite decir todos los días que somos libres para decidir que no queremos más libertad que ésta.
Esta afirmación se usa, con variantes, en diferentes entornos: a) ante un grupo de extranjeros, b) ante un periodista oficial, c) ante periodistas extranjeros, d) en la cama, con los ojos cerrados, poco antes de entrar a los sueños.
La abyección y el tedio se unen especialmente para afligir los sábados y darle al domingo un signo de extravío y abandono.
Pero ya el lunes reinician el combate. Ambos reciben refuerzos de combatientes de México, Uruguay y Argentina. Son expertos perdedores de escaramuzas que contribuyen con sus textos parejos a sostener la emulación. Periodistas y escritores que llegan a estas tierras con rabia, como si aquí necesitáramos rabia ajena.
Espíritu, espíritu y altura —afirma Luciano Olivera, que ya cumplió setenta años— a ver cómo salimos de tanta vileza y tantas monotonías.
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