Miércoles, 12 junio 2002 Año III. Edición 386 IMAGENES PORTADA
Cultura
Doble juego

La telenovela de turno trae a colación una pregunta todavía sin respuesta: ¿Cómo burlar eficazmente el aparato de la censura oficial?
por LUIS CINO, La Habana  
TV
La Habana

Decía el desaparecido crítico de jazz Ralph Gleason, relacionando las turbulencias del free jazz con la convulsa situación de Norteamérica en los años sesenta, que el arte, como reflejo de la sociedad, antecede a los cambios sociales.

Una turbia ambigüedad está caracterizando, desde la pasada década, la estética de numerosos creadores cubanos en su intento de reflejar la realidad nacional sin lastimar, más allá de lo aconsejable, la sensibilidad oficial, que desde siempre ha demostrado ser extremadamente susceptible. Muestra de esta tendencia es la recién comenzada serie televisiva Doble juego, escrita por Olga Consuegra y dirigida por Rudy Mora, quienes hace dos años realizaron la controvertida y monotemática La otra cara, de la que se llegó a afirmar que la verdadera protagonista era la Cuba de 2000.

Doble juego, con un lenguaje inusual, una fotografía desenfocada y sinuosa y una vaga atmósfera sonora —que sugieren inestabilidad y expectativas y destinos inciertos—, muestra los conflictos de nueve adolescentes habaneros. Tímidos intentos de anteriores telenovelas cubanas por reflejar la realidad con un lenguaje más convencional han resultado productos burdos, caricaturescos, como es el caso de Si me pudieras querer.

Mostrar la realidad —o al menos algo que se le parezca— resulta un empeño harto difícil en una sociedad donde el inmovilismo parece perpetuado y sus fuerzas retrógradas actúan contra el menor atisbo de denuncia en la creación artística. No por ello ésta deja de tornarse cada vez más crítica de la situación nacional, en perenne forcejeo con la censura.

Ello es palpable en la plástica, el cine, la literatura, las puestas teatrales y los textos de rockeros y cantautores, y varía en un amplio espectro que va desde la ambigüedad, el lenguaje críptico, el uso de símbolos y alusiones alegóricas hasta el tono contestatario, al límite del desacato y de lo a duras penas tolerado por los censores.

Ciertamente, es bien complicado lograr el retrato de un pueblo con una indefensión adquirida que recuerda a los perros de Pavlov. Un pueblo que se lamenta continuamente pero es manipulado a capricho por el Poder; que teme disentir en público pero viola a diario, contumazmente, cada uno de los acápites de la legalidad comunista en la dura lucha por la subsistencia; que roba sin cuartel al Estado pese a sanciones y castigos, creando una verdadera apoteosis de la picaresca en pleno siglo XXI.

Más allá de su cuantía artística, dependerá del valor, el talento y la honestidad de los creadores residentes en la Isla que la estética del 2000 sea un reflejo veraz de cómo vive la nación, y anteceda los necesarios cambios. El tiempo, el mejor de los jueces, dirá.


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