En una balsa perpetua con un mapa de sal |
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Iván de la Nuez: una opción post nacional para la crítica a lo establecido |
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por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA |
Parte 1 / 4 |
Después de décadas durante las cuales el ensayo prácticamente había desaparecido del panorama literario cubano, la generación que nace en la década de los 60's retoma el género con pasión y, en muchos casos, con inteligencia y tino. Uno de los ejemplos más importantes de esta vocación indagadora es Iván de la Nuez (La Habana, 1964), quien ha publicado recientemente El mapa de sal (editorial Casiopea), especie de cartografía personal de un intelectual nacido con la Revolución, partícipe involuntario de esa curiosa –y enriquecedora– aventura que fue acercar Cuba al orbe cultural centroeuropeo; exiliado atípico que se asume de izquierdas, aunque de una forma muy personal y ajena a los clichés que tipifican esta opción política.
De la Nuez ha escrito también La balsa perpetua (libro publicado por la colección de ensayo de Suhrkamp, Alemania, que recoge obras de Foucault, Sloterdijk, Habermas, entre otros grandes ensayistas contemporáneos), ha realizado la antología Paisajes después del Muro (con pensadores de primera línea como Habermas, Agamben, Sloterdijk, Jameson, Castañeda, Ramoneda, Morey y un escritor como Le Carre, entre otros) y actualmente es director del Palau de la Virreina, complejo artístico del Ayuntamiento de Barcelona y miembro del Consejo de Redacción de la Revista ENCUENTRO.
Curiosamente, aunque te has dedicado a la estética y te proclamas crítico de arte, tus libros tienen una mayor relación con la sociología o, en todo caso, con el estudio de la cultura en su conjunto. ¿Por qué?
Quizá tiene que ver con mi formación, pues estudié Licenciatura en Historia en la Universidad de la Habana, y el Doctorado en Filosofía en la de Barcelona. Además, mis maestros vienen del mundo de la historia, la sociología y la filosofía. Al mismo tiempo, abunda una tropa de autoproclamados críticos de arte, que en realidad son reseñistas, con los que no me identifico, de modo que prefiero otras zonas del trabajo intelectual de las que puedo aprender. En cualquier caso, yo intento ser, simplemente, un ensayista, incluso cuando escribo una crítica de arte. Una buena crítica ensancha la obra de arte y se convierte en una zona de la producción artística. Por otra parte, la crítica contemporánea ha dejado de ser sólo verbal. Así como hay una producción artística que desmaterializa la obra de arte, que no crea un objeto propiamente dicho, un ejercicio crítico puede ser también una curaduría, la producción de una exposición, incluso el proyecto de una política artística. Me llaman, y a veces yo mismo me llamo, crítico por un asunto oficioso, como ahora puedo tener un puesto como director de un complejo artístico.
Pero todo eso es coyuntural porque mi mirada es la de un ensayista al que lo que verdaderamente le importa es rasgar la realidad, herirla. Y si es allí donde más duele, mejor. Una diferencia de mi trabajo, dentro del ensayo cubano más reciente, es que le concede a las fuentes visuales un rango similar al que puedan tener las fuentes escritas, aunque esa diferencia fundamental no haya sido apuntada por los críticos. Probablemente, por el desfase tan monumental que tiene la escritura con respecto al arte contemporáneo y también porque la palabra sigue siendo poder: la retórica, las leyes, los discursos políticos. En cualquier caso hace varios años, y por razones muy diversas, abandoné toda intención académica. Mis ensayos son una manera de situarme en el mundo. A ese sencillo ejercicio de cartografía personal se reduce mi trabajo.
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