Jueves, 20 diciembre 2001 Año II. Edición 261 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Dos pasos atrás

La vuelta a mecanismos paternalistas de distribución: el mundo en colores, pero uniformado.
por LEONARDO CALVO CáRDENAS  

Aunque pueda parecer increíble, por estos días algo tan natural y cotidiano en el mundo moderno como la obtención de un aparato de televisión constituye en nuestro país motivo de inquietudes muy diversas.

Se ha anunciado —y puesto en ejecución— un nuevo programa de distribución y venta de aparatos de televisión a color, que en su metodología conjuga el arreglo a méritos y requisitos administrativamente determinados y un costo prácticamente equivalente al del mercado dolarizado.

No es obvio recordar que la televisión en Cuba, por muchas razones, es algo determinante. Nuestro país fue uno de los primeros en contar con este servicio, que alcanzó durante sus años iniciales significativo desarrollo y reconocida calidad técnica y artística. Nuestra innegable tradición se asienta en que la televisión de la década del 50 fue precursora de avances y tendencias que han caracterizado el posterior desenvolvimiento del importante medio de difusión en el continente.

El cambio radical de los patrones y referentes administrativos y artísticos del producto televisivo que significó el triunfo revolucionario de 1959, no restó importancia e influencia al mismo, puesto que éste se convirtió en el principal vehículo de transmisión de ideas y valores del nuevo liderazgo político, por demás regente único del medio, devenido en principal instrumento movilizador de masas.

En los últimos años, en que la crisis generalizada del sistema motivó también la significativa contracción e inaccesibilidad de los espacios de esparcimiento y disfrute, la televisión sigue siendo la opción de entretenimiento más viable y barata para la generalidad de la población, a pesar del permanente y justificado cuestionamiento de la calidad de la programación.

En las últimas cuatro décadas obtener un aparato telerreceptor no ha sido para los cubanos un proceso tranquilo. Durante los convulsos 60 asistimos a la desaparición del proveedor natural y originario, a saber, la industria norteamericana. En los años 70 y 80 vivimos el "esplendor" de la asignación del aparato —y de otros tantos bienes necesarios— a partir de los méritos laborales y las fidelidades políticas, lo cual conducía a una competencia que provocaba tantos esfuerzos como desencuentros y contradicciones en el seno de colectividades laborales o ciudadanas. A pesar de las tensiones extraeconómicas, las condiciones del momento propiciaban que los costos de venta se correspondieran con el poder adquisitivo de las grandes mayorías.

Pero en los 90 las condiciones cambiaron y la imposición del imperio del dólar sobre nuestra sociedad trasladó a los electrodomésticos al excluyente campo del mercado en divisa, imponiendo así nuevas y lógicas desigualdades, aunque también la diversificación de las opciones.

El nuevo programa que se inicia con la retirada de casi la totalidad de los aparatos a la venta en la red de tiendas en divisas pretende paliar el explicable desabastecimiento de telerreceptores que afecta a un amplio segmento de la población y, de paso, estandarizar el mercado con marcas y modelos únicos.

Esta nueva solución antigua a un problema real tiene connotaciones contradictorias. Seguramente aprovechando las relativas facilidades de pago, muchas familias sin acceso al dólar, al menos en la cuantía que requiere el caso, tendrán la posibilidad de cumplir el sueño de "ver el mundo en colores", pero para ello habremos pagado el alto precio de regresar a mecanismos de distribución paternalistas y compulsatorios que todos creímos haber comenzado a abandonar.

Otro paso atrás es que medidas como ésta golpean fuertemente la diversidad y opcionalidad del mercado, características que —desigualdades aparte— anuncian el sentido de las relaciones económicas que deberán ocurrir en la Cuba futura que todos deseamos.


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