Ni mamoncillos ni camarones |
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Recetas de la culinaria criolla en tiempos de Castro. |
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por GRACIELA ALFONSO |
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Los hábitos alimentarios forman parte de la cultura del hombre; un privilegio —el de cocer y aderezar sus comidas— que la raza ostenta a diferencia de otras especies animales. La cocina cubana, mestiza entre las mestizas, reflejó hasta 1961 la influencia de platos de origen africano, chino, español y árabe. A partir de esa fecha se unieron las medidas económicas aplicadas por el Gobierno norteamericano y la ineficiencia productiva del sistema socialista para dar lugar a la etapa del arroz elaborado a base de fideos, el mango frito y la sopa al minuto (agua, sal, puré de tomate y huevos duros).
Actualmente la juventud ignora la tradición alimentaria de sus padres y abuelos. Mientras, la Asociación Culinaria del patio organiza —con participación extranjera— festivales en los que se "rescata y dignifica la cocina cubana". Las ciudadanas de a pie dejan atrás los doce trabajos de Hércules. Nuevos aires corren entre nuestras cazuelas. Al menos es lo que sugieren los representantes del Estado. Pétalos de flores —calabaza, marpacífico y Platanillo de Cuba—, aliñados con vinagre y algo de aceite, pretenden sustituir nuestras ensaladas originales. Los cambios forzados proponen jugo de pimientos con coles, zumo de calabaza, helados de fruta con base de yuca y boniato, y arroz con maní en sustitución del congrí.
Comer chaya acompañada de remolachas crudas aderezadas con jengibre y miel de abejas, quimbombó guisado con plátanos maduros y ensalada mixta de verdolaga y bledo, son "novedades de la alimentación criolla".
El consumo de carnes es harina del mismo costal; los isleños de moneda blanda disponemos de las llamadas "opciones para la familia cubana". Una de ellas es el cuy —"mamífero roedor cercano a los cobayos"—. Fuentes oficiales ubican la introducción del Cania Po Cellus en nuestro país allá por los años 1990 o 1992, como vía alternativa para mejorar la dieta. Varios años después, y aunque la especie es de alta fertilidad, la población sigue en lista de espera. Sin demasiado entusiasmo, claro: son pocos los dispuestos a "hincarle el diente al ratoncito".
Según el refranero español, casar y comer han de ser por gusto propio y no ajeno. Algo que olvidan los representantes del Gobierno cuando se trata de cubanos de pobre solemnidad.
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