Lunes, 29 abril 2002 Año III. Edición 354 IMAGENES PORTADA
Opinión
En la misma barca

El mundo unipolar y/o bipolar no es ambidextro... y falta que le hace.
por RAúL RODRíGUEZ, Colonia Parte 1 / 2

Tras la Segunda Guerra Mundial —¿o la Gran Guerra Patria?— se fue moldeando, al contradictorio calor de la guerra fría, el mundo bipolar. Se quiere caracterizar así ese período del siglo pasado en que dos superpotencias se disputaban el dominio político y económico del mundo.

Efectivamente, el acontecer global estaba matizado, de un modo u otro, por una contradicción fundamental: URSS-EE UU. Hasta se definió una supuesta estética denominada "realismo socialista", y en el extremo opuesto se proclamó al más aséptico y no comprometido arte como el único valedero.

Sería innecesario recordar, por lo reciente, cómo desde el Chile de Allende y Pinochet hasta la Angola de Neto y Savimbi, pasando por todo el acontecer histórico de la mitad final del siglo, se debatía bajo el influjo de los dos polos políticos de entonces. Quizá la revolución de Fidel Castro fue el ejemplo más descarnado y descarado de la transposición de los intereses de las dos potencias hegemónicas a escenarios ajenos. En ese conflicto el líder cubano, con su sentido excepcional de la oportunidad, se apresuró a inscribirse de lleno en la contienda, del único lado que le aseguraba lo que ha sido su eterna obsesión: el poder absoluto. No le faltó ayuda: el torpe empujoncito que hasta hoy siempre ha estado dispuesto a darle su eterno enemigo.

Tras la caída de la URSS y sus satélites de Europa, del así llamado campo socialista, se ha venido imponiendo el término unipolar para describir un mundo pretendidamente globalizado que danza, en gran medida, al compás de la batuta que mueve el Tío Sam. Sin embargo, la realidad en que vivimos nos dice a gritos, a veces desgarradores, que persisten dos polos contradictorios con centros de poder no tan localizados como antaño, sino dislocados a la manera de una hidra con múltiples cabezas que, cercenadas de una en una, vuelven a surgir.

Los marginados, las víctimas desesperadas de la desigualdad social y la corrupción, la juventud idealista e ingenua a la vez, los aventureros y la hez de la sociedad, son aglutinados por personas con una fuerte adicción al poder político, que devienen líderes de causas en el mejor de los casos enigmáticas, forjadas por una mezcla de ingredientes en la que no han de faltar justas reivindicaciones al lado de intereses de emporios del narcotráfico, de nacionalismos de corte fascista, del simple placer destructivo o de energías juveniles mal canalizadas. Es factor común en ellas no ofrecer soluciones viables a cambio de mucho populismo demagógico.

En todos los casos veremos a la "izquierda", si acaso, condenarlos con blandura, y siempre destilando una encubierta justificación.

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