Lunes, 29 abril 2002 Año III. Edición 354 IMAGENES PORTADA
Opinión
Más allá de Monterrey

Ayuda para el desarrollo: ¿A cambio de concesiones o sobre la base de garantías?
por LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana  
Cumbre
Cumbre antipobreza en Monterrey. Delegados de las
Naciones Unidas

Por estos días la mexicana ciudad de Monterrey fue escenario de debate y concertación de la comunidad internacional, que busca consenso y soluciones para impulsar el desarrollo de las naciones más atrasadas del mundo.

La polarización extrema del desarrollo tecnológico y el bienestar material en las naciones industrializadas abre un abismo con el mundo subdesarrollado que se torna casi insalvable.

La depauperación socioeconómica y vivencial de los países más atrasados también repercute en el llamado Primer Mundo: el avance de peligrosas enfermedades, las oleadas migratorias y comercios ilegales y degradantes como la prostitución y las drogas amenazan la estabilidad del mundo desarrollado.

Esta Cumbre Mundial de Financiación para el Desarrollo pareció reflejar no sólo la necesidad, sino la posibilidad de movilizar recursos y acciones para avanzar hacia el anhelado equilibrio global. Los desproporcionados gastos militares en un mundo que por suerte dejó atrás la bipolaridad confrontacional, y el derroche de suntuosidades que se verifica día a día en una parte del planeta, nos muestran cuánto se puede hacer para llevar el bienestar, la cultura y la justicia a los desheredados de la tierra.

El cónclave, en el que confluyeron las visiones, inquietudes y propuestas de los gobiernos, movimientos sociales y organizaciones no gubernamentales de todo el mundo, tuvo el gran reto de transformar la conciencia y sensibilidad en compromisos firmes y mecanismos eficaces para canalizar los aportes y contribuciones que tanto necesitan los países menos desarrollados.

El planteamiento de un representante oficial cubano acerca del alto compromiso moral de los países ricos en la financiación para el desarrollo de los más pobres, que por demás debe hacerse sin condicionamientos ni violaciones de la soberanía, coincide con un clamor antiguo, general y justificado.

Sin embargo, los esfuerzos por concertar voluntades para alcanzar objetivos tan urgentes y plausibles no deben crear el espejismo de que la transferencia incontrolada de recursos financieros y tecnológicos significa la solución automática de los problemas que agobian a los países más pobres.

Basten dos simples ejemplos para demostrar que una cosa no conduce necesariamente a la otra. La enorme cantidad de recursos que la extinta Unión Soviética transfirió a Cuba durante varios lustros no pudo impedir que hoy nuestra economía sea una de las más débiles y desordenadas del mundo; por otra parte, los abultados préstamos que han recibido las naciones latinoamericanas lejos de servirles de base al desarrollo se han convertido en una deuda tan agobiante como insoluble.

Junto al reclamo de asistencia y respaldo al desarrollo debemos emprender en nuestros países la cruzada por el saneamiento institucional y administrativo que dote a la función e investidura política de un sentido de responsabilidad y servicio que nos permita dejar de ser los países rnás pobres con los gobernantes más ricos.

Cuando en el Tercer Mundo el poder deje de ser plataforma para el encumbramiento y la riqueza y se liberen de retrógradas ataduras las grandes potencialidades económicas, cuando la transparencia administrativa permita tener adecuado control sobre las gestiones y los recursos, comenzaremos a dejar de ser naciones pobres en territorios ricos y estaremos en capacidad de aceptar la ayuda de los poderosos ofreciendo garantías, no concesiones.

De nosotros depende que a la hora de exigir al Primer Mundo esa asistencia que todos advertimos como justa y urgente, necesaria y posible, contemos con argumentos tan sólidos y convincentes como la degradante miseria de los pobres o el pretendido compromiso moral de los ricos.


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