Consejos inestimables |
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Los sucesos del 11 de septiembre inauguraron un nuevo tipo de trabajo voluntario en Cuba: aconsejar a la Casa Blanca. |
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por RAúL RODRíGUEZ |
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La Casa Blanca ha adquirido los servicios de un nuevo consejero de manera gratuita y no solicitada. El pasado 4 de noviembre Fidel Castro asumió este papel en una curiosa comparecencia cuyo texto íntegro ha sido publicado recientemente por Granma. En su alocución, el gobernante aborda cuatro aspectos.
En el primero de ellos, con una sucesión de datos e informaciones cuidadosamente seleccionadas —como es su costumbre—, dice probar que la actual crisis económica mundial se venía gestando desde hace mucho y que la catástrofe del 11 de septiembre no originó la crisis sino que sólo la precipitó.
En el segundo explica el comportamiento del valor en divisas del peso cubano en los últimos días, y por qué ha sido devaluado. Al mismo tiempo se compromete a respetar los depósitos bancarios y ofrece otras garantías en el ámbito económico.
Pero son los otros dos temas los que justifican el título de este artículo. En ellos se refiere a la forma más efectiva de desplegar la lucha contra el terrorismo y, en particular, cómo combatir la agresión que se perpetra por medio de los brotes de ántrax.
Antes de argumentar su oposición a la guerra que se libra contra el régimen talibán, da muestras de cuán desmemoriado es —cuando le conviene— y dice de los Estados Unidos y el bombardeo en Afganistán: "Con pesar, meditaba acerca del error que a mi juicio estaban cometiendo, mas no pronuncié nunca insulto u ofensa personal alguna. No pocas veces he afirmado ante los que participan en esta gran lucha de ideas: no hay que herir personalmente a nadie".
Acto seguido explicó, con su prolijidad habitual y no exento de racionalidad, los peligros que entraña la acción militar en Afganistán; lo conflictivo de la zona por el antagonismo entre India y Pakistán, dos países con arsenal nuclear; la posibilidad de desestabilizar al Gobierno pakistaní; el "fervor fanático" que comparten muchos pakistaníes con las milicias fundamentalistas talibán; el que un grupo radical de Pakistán se haga con las cabezas nucleares o peor aún: el plan de contingencia de los norteamericanos para tomar posesión de las mismas y la reacción que provocaría de parte de los responsables actuales de esas ojivas nucleares. Argumentó que, en todo caso, los presuntos culpables terminarían en altares venerados por millones de hombres y mujeres y afirmó: "Más valdría un gigantesco altar a la paz, donde la humanidad rinda tributo a todos los que hayan sido víctimas inocentes del terror y la violencia ciega, sea un niño norteamericano o un niño afgano". Lo dice quien respaldó la tesis de crear muchos Vietnam, pero rectificar es de sabios.
Finalmente sus consejos se dirigieron a cómo manejar la agresión interna en Estados Unidos en lo referente al ántrax. En esencia aconsejó no darle por la vena del gusto a los terroristas con excesivas medidas que manifiesten pánico, y relató lo que han hecho en Cuba con ciento dieciséis cartas con polvitos y cuerpos extraños detectados en ellas.
Es obvio que de la existencia de tales amenazas sólo se entera el pueblo cuando el Gobierno —léase el propio Fidel Castro— lo estima pertinente, y las medidas para protegerse serán exclusivamente las que él decida. En este punto, el Comandante olvida que, en la democracia, la responsabilidad ante la vida no se delega a ningún superhombre, y aunque el Gobierno tiene que asumir un papel protector, la última decisión debe ser del ciudadano libre.
Fuera de este desliz totalitario, y de que no se detalla exactamente cómo llevar a cabo las "medidas verdaderamente eficientes y la formación de una profunda conciencia moral contra el terrorismo" (debe ser mediante tribunas abiertas internacionales como las que el régimen organiza contra el ALCA), muchas de las observaciones hechas son pertinentes.
Su benevolente actitud se justifica en que "está probado que a Estados Unidos sus amigos le temen, pero no lo estiman" porque no le advierten de estos peligros, mientras que "Cuba no teme en lo más mínimo el inmenso poder de ese país, pero es capaz de estimar a su pueblo".
Ciertamente, con su nada desestimable cociente de inteligencia, el dictador sabe que el horno global no está para galletitas.
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