Lunes, 07 enero 2002 Año III. Edición 274 IMAGENES PORTADA
Opinión
La copa rota

Martí antepuso su amor por Cuba a los vicios de ésta. ¿Es posible el apoliticismo en un ambiente totalitario?
por EMILIO ICHIKAWA MORIN Parte 1 / 2
José Martí

Aturdido y abrumado por las dudas acerca de la calidad moral de la ínsula, José Martí alzó un día su copa y dijo que, bajo ciertas condiciones de compostura y decoro, brindaría por la política cubana, pero en caso contrario no: quebraría el vidrio y renunciaría a brindar por ella.

Y no cumplió. En lugar de permanecer seguro dentro de la poesía, un "coto de mayor realeza", se dedicó a unas fundaciones que acabarían exigiéndole la inmolación en un potrero de Dos Ríos. Amén de participar en unas conspiraciones que entre cubanos siempre terminan generando insoportables mezquindades. La insidia, no se ha dicho, es arma de nuestros grupos.

Tenía él su alma demasiado a flote, se le podía herir el sentimiento con facilidad (lo testimonian sus cartas y su poesía), y era incapaz de ciertas groserías de estilo casi imprescindibles para triunfar en la política tradicional.

Ya el 27 de septiembre de 1872, en España, Martí había sido objeto del choteo rebajador (para quien lo ejerce, es también un consuelo). Según nos cuenta Jorge Mañach en su libro Martí, el apóstol, ofrecía un discurso por el primer aniversario del fusilamiento de los estudiantes de medicina, cuando un mapa de la Isla le cae en la cabeza en el preciso instante en que decía "Cuba llora...".

No hizo falta más, se le quedó el nombrete de "Cuba llora". Mañach suaviza el incidente imaginando un público juvenil que después de las risas "naturales para su edad", se incorpora al tono grave de la oratoria martiana. Una "mentira piadosa", nada más.

Años después, lo que pudo ser su regreso a Cuba no fue más que un paso. Se rieron de él nuevamente, le maltrataron el prestigio. Una vez, mientras hablaba en el Liceo de Guanabacoa, Giberga y Montoro comentaban jocosamente: "Mira eso, si parece un manojo de nervios". Eso era, en efecto, por eso su retrato hablado es casi teratológico: echaba fuego por la boca, por los ojos luz y estrellas por la frente.

Y se fue a Estados Unidos, pero no a Iowa o Mouline donde la naturaleza es la distinción de América, sino que se insertó nuevamente en otra Cuba, la de los círculos de exiliados.

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