| Una fiesta innombrable |
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| Se corrió la voz: en Miami se baila en un ladrillito al ritmo de ¡Fuácata! |
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| por ALEJANDRO RíOS |
Parte 1 / 2 |
Es de todos conocido como la palabra beetle, escarabajo en inglés, terminó declinando hacia el nombre del más famoso grupo que haya dado jamás la música popular: The Beatles.
Cuentan unos jóvenes discípulos de Miami, empeñados en similar bautizo con algún término "pegajoso" o tan singular como el soñado en Liverpool, que fue en un instante fortuito, en plena discusión, cuando alguien dijo que hacía falta un nombre relámpago para el conjunto, "algo que fuera fuácata, bien rápido", y todos se miraron, ciertamente asombrados pero de mutuo acuerdo, porque no había que buscar más: ¡Fuácata!, ese sonido onomatopéyico tan empleado por los cubanos, que simula un golpe inesperado, veloz, contundente, sería el nombre de la agrupación.
¡Fuácata! protagoniza ahora unos de los renacimientos más sonados de La Pequeña Habana en Miami, cuando todos los jueves en la noche toma por asalto el mínimo escenario y la pista de baile del club Hoy como ayer.
El concurrido sitio fue antes un bar digno de olvido y luego el emblemático primer Nostalgia, antes de que se mudara para la playa. El buen aché, desde entonces, ha seguido acompañándolo, porque actualmente, con sus nuevos dueños —Fabio Díaz y Eduardo Llama—, es todo un fenómeno de la vida nocturna de Miami. Allí lo mismo se monta una comedia musical, regresa Marta Strada de su autoimpuesta reclusión, dan un recital los rockeros cubanos de los sesenta, que se descarga con algo tan original como ¡Fuácata!
Frenesí sería el término más apropiado para describir lo que acontece cuando ¡Fuácata! se adueña de la velada. Tan pronto el grupo enciende los motores, ya no hay manera de escapar al éxtasis gimnástico que provoca su sincopado ritmo.
¡Fuácata! es fusión y complicidad y tiene "dulce para todos". Hay quien lo "casinea", otro lo conmina al funk o se hunde en las mismísimas raíces del continente africano pasando por su versión urbana, el guaguancó, o tira los pasillos que aquilatan un buen despojo.
Hay, por ejemplo, un americano que emigró de Nueva York "porque la ciudad está en guerra" y siempre soñó con un sitio así. Su mirada se recrea en la cadencia de los cuerpos que no cesan de contonearse.
Fabio, codueño de Hoy como ayer, asegura que piensan agregar un día más para ¡Fuácata!, porque la demanda parece estar en aumento. "Ha sido un fenómeno inusual. La voz se ha corrido y ya vez la cantidad de bailadores", subraya con deleite.
Temprano en la noche reina una paz de noctámbulos susurrantes. Ya al filo de las once se desbordan cientos de jóvenes, salidos de no se sabe dónde, que parecen bailar "sobre un ladrillo" (tan sucinta resulta la pista).
Unos buscan rostros comunicantes en la penumbra, otros miden sus atributos danzarios en los espejos de las paredes. Algo de afrodisíaco tiene el entorno y la música porque hay parejas que no cesan en sus caricias. Es todo un escenario hedonista y narcisista, hasta el delirio; no hay necesidad de ir al South Beach de los altos precios y la sofisticación trasnochada.
Gastón Sánchez, cubanoamericano nacido en Miami, comenta que conoce a amigos de su mismo origen étnico que ni siquiera hablan español y se sienten inexplicablemente atraídos por las sesiones del grupo donde, paradójicamente, "aseguran haber encontrado sus raíces". "Es algo muy ecléctico —afirma Sánchez— y tengo una sola queja, creo que el lugar se ha quedado chiquito para la cantidad de gente que lo frecuenta".
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