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Derechos humanos, cierta bota y una milonga
MANUEL DíAZ MARTíNEZ, Canarias  

Quizá para atraer la atención internacional y restablecer el protagonismo de que gozó tiempo atrás, Fidel Castro, en los últimos meses, además de propinarle al nuevo presidente norteamericano el primer insulto que éste ha recibido del exterior, ha provocado conflictos de diversa gravedad con varios países latinoamericanos y europeos. México, Polonia, España, El Salvador, la República Checa, Argentina y, más recientemente, Alemania han sido las víctimas. Cuba tiene relaciones diplomáticas con estos países (menos con El Salvador), y con algunos, incluso, vínculos económicos importantes.

Diablo

Uno de los incidentes más graves es el provocado por Castro con Argentina al acusar, en el discurso de clausura del III Congreso de Economistas, celebrado en La Habana, al gobierno de Fernando de la Rúa de "lamer la bota yanqui" y de "sumarse a la política de agresión encabezada por Estados Unidos". Castro ha reaccionado así ante la perspectiva de que Buenos Aires apoye la condena al régimen cubano en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, que sesionará en Ginebra de marzo a abril próximos y que esta vez estará presidida por el argentino Leandro Despouy (quien el año pasado votó la sanción a Cuba).

Algunos analistas consideran que, con sus injuriosas imputaciones, Castro —que significativamente no ha olvidado invocar a los "amigos de Cuba" en Argentina—, se propuso sembrar la disputa en el seno de la coalición de partidos que gobierna en el país sureño (en la que hay criterios diferentes de cómo se debe votar en Ginebra respecto al régimen cubano) y, de esta manera, crear un clima propicio a la sustitución del voto de condena por la abstención. Se lo haya propuesto o no, el dictador ha conseguido dividir las opiniones de los dirigentes de la Alianza gobiernista, aunque está por ver que se libre del voto condenatorio.

En vista de la controversia surgida en el seno de la Alianza en lo tocante al voto sobre Cuba, De la Rúa dijo en rueda de prensa el pasado día 15 que "lo que debe quedar bien claro es que la decisión en materia de política exterior la toma el presidente de la República", y agregó, en clara referencia a los que quieren tirarle la toalla a Castro: "El Presidente hubiera esperado, de muchos, declaraciones más contundentes en defensa de nuestra querida patria cuando fue agredida y ofendida".

Dos de los dirigentes de la Alianza —el ex presidente Raúl Alfonsín, de la Unión Cívica Radical (UCR), y el ex vicepresidente Carlos Álvarez, del Frente del País Solidario (FREPASO)— abogan por que este año no se condene a Cuba, aduciendo que Argentina debe desmarcarse de la posición norteamericana y alinearse con Brasil, su socio mayor en el Mercosur, partidario de la abstención.

En declaraciones recogidas por el diario bonaerense La Nación, Álvarez recomendó al gobierno que debe "romper la idea de obsecuencia, de seguimiento automático de la postura que impulsará Estados Unidos". No es un mal consejo. Tampoco estaría mal aconsejar al Gobierno argentino que no se enganche a Brasil sólo para no ofrecer la imagen de ir a remolque de Estados Unidos, con lo cual estaría cediendo al chantaje de Castro. A la hora de tomar la decisión de condenar o no en Ginebra al régimen de Cuba, lo único éticamente válido y políticamente útil que puede hacer el Gobierno argentino es analizar y juzgar por sí mismo el comportamiento de este régimen en lo que concierne a los derechos humanos. Un comportamiento que objetivamente no deja, si de hacer justicia se trata, más opción que la condena.

Es posible que la virulencia de Castro y la flexibilidad de Alfonsín y Álvarez ante éste tengan que ver con los 1.200 millones de dólares que Cuba le debe a Argentina hace decenios.


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