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El anticastrismo explicado a los niños
RAFAEL ROJAS, México, DF Parte 1 / 2

En los medios intelectuales académicos cubanos, dentro y fuera de la Isla, es frecuente una descalificación: "ese estudio o ese estudioso no es serio porque reduce su argumentación a un burdo anticastrismo". La crítica de lo "vulgar" o lo "burdo" tiene una larga tradición en el marxismo-leninismo y otras ideologías extremas. Pero también es muy común en la herencia positivista que, desde sus orígenes a fines del siglo XIX, marca todas las ciencias sociales. Cuando esa tradición se proyecta sobre el viejo tópico, que la retórica soviética asociaba con el "papel de la personalidad en la historia", revela su mayor ambivalencia. Así, el culto a Marx, a Lenin, a Stalin, a Mao... podía defenderse académicamente con el argumento de que estos hombres, a diferencia de César, Napoléon, Bismarck o Hitler, sí comprendieron las "relaciones sociales de producción" y lograron representar la voluntad histórica sus pueblos, no tanto porque fueran líderes carismáticos, sino porque entendían verdades científicamente comprobables.

La misma ambivalencia envuelve hoy el tratamiento de la figura de Fidel Castro en los textos académicos. Dentro y fuera de Cuba, especialmente en los Estados Unidos, es política y académicamente incorrecto considerar a Castro como un actor primordial del régimen cubano. Un estudio que hiciera eso, respetando, incluso, todas las normas de la neutralidad académica, usando términos como la "variable" o el "actor" Castro y despojando el discurso de cualquier enunciado valorativo sobre el "tirano", el "dictador" o el "déspota" —títulos, por cierto, muy comunes en el pensamiento político, desde Aristóteles hasta Bobbio— sería mal visto. Y esto no debería extrañarnos si tomamos en cuenta que todavía hoy la mayoría de los sociólogos, politólogos e historiadores que investigan y escriben sobre Cuba no se atreve a usar la clasificación de "régimen totalitario comunista", acuñada por la ciencia política, aunque en muchos aspectos la considere, a título personal, aplicable a la Isla.

¿A qué se debe esto? Algunos pensadores contemporáneos, como George Steiner, Giovanni Sartori y Paul Ricoeur, ofrecen respuestas: el campo académico de las ciencias sociales, afirman ellos, se ha deshumanizado con las sucesivas oleadas de paradigmas científicos que van desde el positivismo hasta el postmodernismo, desde la hegemonía de las "instituciones funcionales" hasta la de los "actores racionales". Con la nueva invasión de racionalidad tecnológica en las humanidades se va perdiendo la noción clásica, ilustrada, moderna, romántica —eterna, agregaría yo—, de que la historia y la política son territorios pasionales, intensamente subjetivos, donde el sentido de las acciones se vuelve a veces ininteligible desde patrones racionales. Un psiquiatra, por ejemplo, tendría mucho que aportar al estudio político del castrismo, así como Wilhelm Reich contribuyó al análisis psicosocial del régimen nazi. El tabú académico en torno a Castro, reverso de su omnipresencia mediática, contribuye a difundir el equívoco de que su despotismo es más ideológico que personal.

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