Martes, 17 septiembre 2002 Año III. Edición 452 IMAGENES PORTADA
Internacional
Sangre por oro... negro

Para 2020, EE UU necesitará importar 17 millones de barriles de petróleo diarios. Asimismo, se calcula que Irak atesora la mayor cantidad de crudo sin explotar del planeta.
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami Parte 2 / 3

La demanda de petróleo aumenta a diario en los Estados Unidos. Más allá de las fluctuaciones temporales —producidas por los cambios climáticos, el estado de la economía, diversos factores bursátiles y la política de precios de la OPEP— no se pronostica una disminución a largo plazo del consumo. Es más, la política energética actual no está enfocada hacia una utilización más provechosa del combustible; se basa en la búsqueda de mayores fuentes del mismo. Para 2020, de acuerdo a las cifras del Departamento de Energía, la nación necesitará importar 17 millones de barriles de petróleo por día, seis millones más de los que se requieren diariamente en la actualidad. La oposición para aumentar la exploración de nuevos yacimientos y la explotación nacional —una oposición que, hay que decirlo, es utilizada también de forma demagógica e hipócrita por muchos grupos ecologistas— hace que desde el punto de vista político el presidente prefiera buscar el combustible en el exterior antes que poner aún más en peligro los votos de un segmento de la población que ya de por sí no le es favorable.

Estados Unidos satisface una parte de sus necesidades petroleras de los yacimientos situados en Latinoamérica, África, Rusia y el mar Caspio. Pero al igual que ocurre en el seno de la Organización Internacional de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), el Medio Oriente continúa marcando la pauta. De acuerdo al informe sobre política energética nacional —emitido en mayo del 2001 y conocido como "Informe Cheney", por el papel clave que tuvo en su elaboración el vicepresidente—, "bajo cualquier estimado el petróleo producido en el Medio Oriente continuará siendo clave para la seguridad petrolera mundial", y de esta forma permanecerá como "un foco fundamental de la política energética internacional de Estados Unidos". Un factor fundamental es que las mayores reservas mundiales se encuentran en Arabia Saudi. Luego viene Irak, que teóricamente ocupa un distante segundo lugar, aunque se especula que sus reservas son mayores que el estimado actual de 112.000 millones de barriles y alcanzan los 330.000 millones. A esto se añade que las vastas áreas de territorios iraquíes no explorados hacen pensar que en su suelo realmente se concentra la mayor cantidad de crudo sin explotar existente bajo tierra.

De hecho, de acuerdo a The Washington Post, en estos momentos Irak suministra a Estados Unidos unos 800.000 barriles por día, o cerca del nueve por ciento de las importaciones norteamericanas (la compra no se hace de forma directa, sino mediante intermediarios que comercian con el crudo de Bagdad bajo la supervisión de las Naciones Unidas, de acuerdo al programa de petróleo por alimentos).

El papel del crudo del Medio Oriente, como un elemento importante a la hora de explicar las intenciones de la administración norteamericana con respecto al régimen de Irak, no se derivan sólo de los estrechos vínculos de la Casa Blanca con la industria petrolera. Tampoco es la razón única para lanzar al ataque, pero sí es posible que sea la causa final que yace tras una serie de motivos.

El tema de Irak no alcanzó prominencia en la campaña presidencial. Tras los atentados terroristas de septiembre del año pasado, de inmediato comenzó a especularse sobre la posible vinculación de Hussein con los acontecimientos. El giro del Gobierno norteamericano —que ahora tiene centrada su atención en Irak mientras aún continúan muchos problemas pendientes en Afganistán y otros frentes de la lucha antiterrorista— parece obedecer a varios factores: una forma de encubrir los errores de una guerra que no produjo la captura o la muerte confirmada de los principales cabecillas, el fracaso en poder determinar la ubicación y el destino de Osama bin Laden, las presiones en favor del ataque de grupos neoconservadores, tanto republicanos como demócratas, la alianza entre el fundamentalismo cristiano y los radicales sionistas, y hasta la necesidad sicológica de terminar un asunto pendiente (resuelto a medias por el padre del actual mandatario y en el que participaron prominentes figuras cuyo poder y preponderancia en el Gobierno se ha fortalecido).

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