| Arlington: Esplendor y decadencia del Ballet Nacional |
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| Al igual que la literatura y las artes plásticas cubanas, el BNC es ya otro fenómeno diaspórico. |
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| por FRANCISCO MORáN |
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Las ediciones electrónicas de Granma y Tribuna de La Habana no perdieron tiempo en pregonar los éxitos del Ballet Nacional de Cuba (BNC) en los Estados Unidos. Ismael S. Albelo (Granma) tituló su comentario del pasado 24 de noviembre: "Aclamado el Ballet Nacional de Cuba en Washington" Por su parte, Ada Oramas, (Juventud Rebelde) acaba de publicar —bajo el título de "Metáfora de lo irrepetible"— una entrevista a Alicia Alonso, la cual no hace sino confirmar el triunfo de la compañía en los Estados Unidos y vuelve, una vez más, al mito de la "escuela cubana de ballet".
Asistí el 23 de noviembre a la función de la matinée que ofreció el Ballet Nacional en el Kennedy Center, de Washington. Para mí, esa función estaba signada por el reencuentro con uno de los vínculos más queridos de mis días habaneros: me refiero a las tardes del García Lorca así como a las funciones del Teatro Nacional y del Mella, cuando los festivales internacionales de ballet de La Habana prolongaban el placer de los aficionados. Desde que salí de Cuba, en noviembre de 1994, no había vuelto a encontrarme con el BNC, de modo que no dudé en comprar las mejores entradas del primer balcón ni en invitar a mi amigo Michael para que viese por sí mismo las excelencias de la compañía cubana.
Debo aclarar que supuse que —por tratarse de la matinée— no íbamos a ver lo mejor del BNC, pero mi experiencia de Cuba me decía que ello no significaba, en modo alguno, que no íbamos a poder disfrutar de una actuación de altos quilates. El programa, de 62 páginas, sólo dedicaba al BNC de la 17 a la 20 y de la 45 A a la 45 B. Más aún, en esas páginas, las únicas informaciones que encontraba el espectador eran las sinopsis de Giselle y Coppelia, los elencos y la correspondiente programación de éstos, una breve presentación del BNC, otra algo más extensa de Alicia Alonso y, finalmente, la del director Iván del Prado, quien conduciría la orquesta y cuyo desempeño al frente de la orquesta del Kennedy Center han pasado por alto los mismos periodistas que tan elogiosamente han destacado los triunfos del BNC y de su directora.
La versión de Coppelia del 23 de noviembre (dos de la tarde) estuvo a cargo de Laura Hormigón y de Nelson Madrigal en los roles de Franz y Swanilda, respectivamente. El doctor Coppelius fue interpretado por Félix Rodríguez. La renovación de sus figuras, experimentada por el BNC en los últimos años, me ponía en una paradójica posición: en cierta medida se trataba de mi "reencuentro" con una "nueva" compañía. Inútilmente busqué —antes de que empezara la función— algún recuerdo de la estancia del BNC. En la boutique del teatro no tenían absolutamente nada —ni revistas ni affiches ni vídeos, nada—, pero, ¡oh, maravilla!, tenían espléndidos CDs con grabaciones de Esther Borja, Olga Guillot, Blanca Rosa Gil y otro de Contradanzas y danzones. Mi memoria se decidió por el homenaje a Esther Borja.
La actuación del BNC no defraudó al público. Hay que decir que, si bien el teatro no estaba abarrotado a esa hora, sí se encontraba relativamente lleno. Las ovaciones durante y al final de la función fueron una muestra de la indudable calurosa acogida que le tributó el respetable. En general, eché de menos algunos detalles que habían sido siempre el sello de la compañía: la relación casi de deliciosa complicidad que, en lo que respecta particularmente a Coppelia, solía establecerse entre las figuras solistas, el cuerpo de baile y el público. Sobre todo el cuerpo de baile parecía estar funcionando por su cuenta. Aunque Laura-Swanilda estuvo todo el tiempo a la altura de las circunstancias con impresionantes giros, balances que se prolongaban, extraordinarias extensiones... pero a su trabajo de actuación le faltaron más creatividad y matices. En este sentido, algo similar sucedió con el Coppelius de Félix Rodríguez. Nelson Madrigal realizó un extraordinario trabajo como partenaire y en su propio desempeño como solista, arrancando numerosos aplausos en el transcurso de la función. Sus cualidades danzarias evidenciaron algo más que una "promesa".
En general, la puesta de Coppelia estuvo bien. El vestuario y la escenografía carecen, no obstante, de la originalidad que, luego de tantos reciclajes, uno esperaría en una obra que, por "clásica", corre siempre el peligro de la repetición cansona, encartonada, a menos que se le insufle un nuevo aliento. Aunque no soy de los que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor, sí creo que el esplendor de la época de Alicia Alonso, Aurora Bosch, Josefina Méndez, Loipa Araujo, Mirta Pla, Jorge Esquivel, Rosario Suárez, Marta García, Ofelia González, Lázaro Carreño, y de muchos otros es, al menos por el momento, cosa del pasado. Los verdaderos continuadores de esa tradición, como Carlos Acosta y José Manuel Carreño y aún algunos de sus exponentes, como Esquivel y Rosario —ya lo sabemos— están en otra parte. El BNC consigue a duras penas esconder una dolorosa verdad: que la "escuela cubana de ballet", al igual que la "escuela cubana de literatura", se ha fragmentado y ya es otro fenómeno diaspórico. Quizá sea en esos desgarrones, en esas ausencias, donde único se manifiesta, en última instancia, la verdadera escuela cubana de ballet.
Finalmente, un ¡bravo! para la actuación del BNC en el Kennedy Center. Bravo que es más sentido, más entusiasta, cuanto más caen las pesadas cortinas del tiempo sobre la compañía y también —¿por qué negarlo?— sobre la memoria que sigue repitiendo, tercamente, que bailar allí era una fiesta innombrable.
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