La Habana: El perro, la luna y el río |
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La vida en Cuba, devenida el paraíso de la doble moral, deteriora la integridad y la salud mental de una sociedad abotargada tras 40 años de comunismo. |
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por LUIS CINO |
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Para el que no ha vivido bajo un sistema totalitario es casi imposible aquilatar, en toda su magnitud, los efectos erosionantes de la existencia cotidiana sobre el individuo en estas sociedades.
La tendencia es a exagerar. La Revolución Cubana no es la excepción. Mientras para algunos la Isla es un dantesco campo de concentración con famélicos moradores, otros van a las antípodas de creer y propagar por el mundo que es un paraíso de feliz unanimidad popular, pleno de igualdad y justicia social y el que ose criticar a su Gobierno, es calificado automáticamente de pro imperialista y agente de Washington.
En definitiva, sólo nosotros, los que vivimos en esta isla conocemos las proporciones exactas que hay en nuestro vivir de cada una de las dos visiones que, por supuesto, no se acercan a ninguno de los dos extremos.
Muchos cubanos buscan coartadas a su proceder, justificaciones a lo injustificable y tratan de asimilar como normal y pasajero todo lo anormal del devenir nacional que a veces raya en lo onírico.
Algunos tratan de justificar las cada vez más marcadas diferencias en la sociedad con inverosímiles argumentos y absurdas esperanzas en que el turismo y la inversión extranjera saquen al país del actual atolladero.
Todo esto recuerda el cuento La Revolución, del escritor armenio-americano William Saroyan. En él, un comunista, Pete Fisher, viola las sacrosantas reglas del partido, pero gracias a que sólo anda con ricos es el único militante que puede obtener informes útiles para la lucha de clases, porque ve lo corrupto del sistema capitalista.
No tengo complejos de culpa ni de expiación, nunca me he sentido sicológica ni socialmente relegado ni siento la menor vocación autoritaria ni de mártir. Soy partidario de vivir. El comunismo aburrido, con sus consignas que invocan la muerte a cada paso, me resulta francamente aborrecible.
A los que me quieran convencer de las bondades del paraíso comunista en la tierra, que tan pocas almas elevadas pueden comprender, vuelvo a remitirlos a Saroyan y El perro que reía de tanta broma. Su protagonista regaña a un perro callejero moscovita por aullar sus tristezas diciéndole: "Hemos aprendido la verdad acerca de todas las cosas. Es contrarrevolucionario reparar en que estás vivo y en que hay un río, una tierra, una luna, y días y noches y cuartos y cosas vivas, días luminosos y días tenebrosos, días calientes y días fríos, días de lluvia y de nieve y cosas vivas durmientes y días de crecimiento de la vida. Es inútil aullar".
El perro no entendió y no hizo caso y el hombre, si no corre, hubiera sido atropellado por un auto en el que viajaban ebrios una actriz y tres dirigentes del Comité Central.
Tal vez por mi excesivo amor a los perros, tampoco entiendo ni hago caso y aúllo de tristeza y me río de tanta broma que nos quieren hacer creer. Para mí, la luna es mucho y el río también.
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