Lunes, 11 febrero 2002 Año III. Edición 299 IMAGENES PORTADA
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Nashville: Conversaciones con mi tía Tita

por WILLIAM LUIS  

Querida Titonga:

A principios del mes pasado, precisamente el 4 de noviembre, el ciclón Michelle azotó la Isla con vientos superiores a 215 kilómetros por hora, de categoría 4 en la escala Saffir-Simpson, produciendo cinco muertes y millones de dólares en pérdidas. Se dice que es el ciclón más fuerte que se ha visto en los últimos cincuenta años.

Como sabemos, el ciclón es una fuerza natural y catastrófica que toma lo que encuentra en su camino y lo reduce a un mismo estado de igualdad destructiva. El huracán, como fuerza natural, tiene su interpretación simbólica y a mi parecer ésta representa el cambio. Si fuéramos a estudiar las actividades ciclónicas de épocas anteriores, observaríamos mayor actividad hacia finales del siglo diecinueve, actividad que coincide con los cambios políticos de la Isla. En el período que comprende la Guerra de Independencia, había en el Caribe siete huracanes. Uno golpeó a Cuba en octubre de 1895, dos en septiembre de 1896, otro en octubre de 1897 y un tercero en octubre de 1898.

El huracán ocupa una posición privilegiada en la simbología caribeña. En El huracán, Fernando Ortiz analiza siete objetos amerindios encontrados en la parte oriental de la Isla, y cree que las figuras con cabezas y brazos en forma de arco, uno arriba y otro abajo, en rotación o en movimiento sigmoideo, podrían ser símbolos de los dioses de los huracanes Guabancex, Maboya o Jurakán.

Los huracanes son una de las fuerzas más devastadoras de la naturaleza con sus fuertes vientos y mareas acompañadas de lluvias torrenciales violentas. Mientras Ortiz advierte que los tornados contienen vientos de altas velocidades, cubren áreas más pequeñas y por un período de tiempo más corto, el huracán comprende una región más vasta y tiene una duración de varios días, siendo errático en dirección y en apariencia. Ortiz afirma que en 1933 había veintiún huracanes en el área del Caribe, mientras que había sólo dos en cada uno de los años siguientes: 1911, 1914, 1917, 1929 y 1930. Sólo habría que añadir que en 1933 se produjo otro cambio, el que señaló el final de la dictadura machadista.

Ortiz nos señala que hay otras representaciones del huracán que vienen del panteón quiché, que lo imaginaba como un dios antropomorfo con una pierna. Esa única extremidad podría representar la tromba marina, un tornado sobre el mar. El huracán también tiene una designación yoruba, y se asocia con Osaín, el dios de la tempestad, con un ojo, una oreja, un brazo, un testículo y una pierna. En la santería hace pareja con Eleguá, el dios de los caminos, representado como un espíritu con una sola pierna. Según Ortiz, habita las encrucijadas y juega con los vientos. Pero él también está vinculado con San Francisco. El cordón de nudos usado por los monjes franciscanos para atar sus sotanas a la cintura, ha sido interpretado como una manera de atar, o amarrar, cuerpo y alma, precisamente como uno amarraría el estómago de una mujer embarazada para que no aborte. Los marinos castellanos creían que el mal tiempo era consecuencia de los tres nudos desanudados del cordón en espirales de la sotana de San Francisco, desatando una tempestad en contra de los pecadores.

La tradición del huracán de San Francisco pasó a la congolesa de Cuba, quien era llamada Tata Pancho Kimbúngila, formada por las palabras Padre, Francisco y torbellino. En el sincretismo afrocubano, San Francisco es Orula, el dios del oráculo. Cuando un babalao, un sacerdote afrocubano, se encuentra en peligro, ata alrededor de su cintura su ókpele, una creación "para hablar con San Francisco", lo que equivale a los nudos de la cuerda que sostiene el traje del santo.

Dos semanas después del huracán, la zona oriental fue sacudida por dos sismos de 3.8 y 4.7 grados en la escala de Richter. Ortiz menciona que la figura céfalo-sigmoidea pudiera ser una representación de Dios del Terremoto. Los indios no tenían una figura consagrada a los fenómenos sísmicos, pero se le atribuían a las mismas figuras que sacudían los mares y los vientos. No es sorprendente para Ortiz que las imágenes sigmoideas fueron encontradas en cavernas cerca de Santiago de Cuba, región de mayor sismicidad de Cuba. Las cuevas servían tanto para protegerse contra actividades ciclónicas como las sismogénicas.

Me pregunto si el ciclón Michelle y los recientes terremotos que arrasaron la región oriental tendrán interpretaciones simbólicas, como he sugerido con la Guerra de Independencia y la caída de Machado, y ahora anuncian otro cambio que está por venir.


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