| Silencio en las gradas |
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| El sindicato de peloteros norteamericanos anunció que muy pronto fijará la fecha de una huelga en Grandes Ligas, en menoscabo de la Serie Mundial. |
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| por JORGE EBRO, Miami |
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Se está acabando el tiempo. Al menos para los jugadores y dueños de equipos de Grandes Ligas que no se ponen de acuerdo en la mesa de negociaciones acerca de la concertación de un nuevo acuerdo laboral que determine los por cientos de ganancias de cada cual después de terminado el juego.
El poderoso sindicato de peloteros ha dicho que, tan pronto como esta semana, se fijaría la fecha en que las Grandes Ligas comenzarán a sufrir las consecuencias de la novena huelga en el béisbol desde 1972, dejando a la actual temporada sin su mejor ornamento: la Serie Mundial.
Sería la segunda ocasión en menos de nueve años que el llamado Clásico de Octubre queda sin efectuarse. No por pura coincidencia los jugadores escogieron esta semana para su última reunión, pues por estos mismos días se produjo el paro de 1994, que condujo a la cancelación de la gran final por primera vez desde 1904.
Los jugadores conocen que durante los play offs y la Serie Mundial los ratings de televisión aumentan astronómicamente y con la amenaza de huelga para fines de agosto o principios de septiembre esperan conmover los corazones —y los bolsillos— de los propietarios de franquicias, algo que no ha sucedido hasta ahora.
Todo gira alrededor del dinero. El comisionado Bud Selig y los dueños desean fijar un techo salarial, al igual que en la NBA o la NFL, y como hecho secundario plantean la necesidad de comenzar las pruebas contra el uso de esteroides que tantas dudas ha sembrado entre los aficionados.
Tanto Selig como los propietarios consideran que un techo salarial contribuiría a distribuir mejor las ganancias entre los mercados grandes y los más débiles, lo cual haría más atractivo el torneo y evitaría que dos o tres equipos sean los eternos aspirantes al anillo de campeón.
Sin embargo, los jugadores odian que se les hable de tope en su salario y aducen que todo no es más que una estratagema de los dueños para aumentar sus ganancias a costa de las de ellos, que por cierto no son pocas.
Huelga tras huelga en más de un siglo de béisbol, los peloteros han ido conquistando derechos y hoy la mayoría de los que llegan a la Gran Carpa ganan más o cerca de un millón de dólares. Baste decir que el salario promedio se ha incrementado de 51.000 a 2,38 millones de dólares en los últimos 20 años.
Definitivamente, no son los tiempos de aquellos Medias Blancas de Chicago de 1909 que vendieron la Serie Mundial por un puñado de dinero, porque ganaban menos de 1000 al año. Los aficionados, que no aman a los dueños, tampoco entienden el por qué unos jugadores millonarios se van a la huelga y los privan de su pasatiempo favorito.
Los efectos de la huelga de 1994 fueron atenuados por el récord de Cal Ripken de participación en más juegos y finalmente diluidos por la competencia de jonrones de Mark McGwire y Sammy Sosa. Ahora nada espectacular se ve en el horizonte y las encuestas dicen que muchos aficionados no volverían en largo tiempo a los estadios.
A fin de cuentas, ellos son los que pagan los salarios de los peloteros y aumentan las arcas de los dueños cada vez que pagan sus entradas, consumen alimentos o compran uniformes de sus ídolos.
Se han mantenido fieles a pesar de los reiterados aumentos de precios, pero ahora están diciendo que es suficiente. A esa huelga, a la de los aficionados, debían tenerle más miedo aquellos que hoy no encuentran la forma de asegurar el futuro de un juego que alguna vez se creyó más fuerte que el propio tiempo.
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