| Sueño inconcluso |
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| Por cada pelotero que llega a Grandes Ligas quedan 50 en el camino... una máxima que el receptor villareño Ángel López ha podido comprobar sobre el terreno. |
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| por JORGE EBRO, Miami |
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No sabe cuál va a ser su futuro, pero Ángel López se levanta todas las mañanas con la firme creencia de que algún día llegará a las Grandes Ligas y que disfrutará de las enormes bolsas que separan, como un abismo insondable, al mejor béisbol del mundo de esos equipos de Doble y Triple A donde terminan tantos sueños inconclusos.
A finales de los 80 y principios de los 90, López se convirtió en uno de los mejores receptores de Cuba y fue el titular de aquellos equipos de Villa Clara que bajo la égida de Pedro Jova alcanzaron varios títulos de campeones en las Series Nacionales. Su nombre comenzaba a sonar fuerte para la selección principal.
Sin embargo, tras la partida del as de los villareños, Rolando Arrojo, se le acusó nada más y nada menos que de mantener la amistad con el "desertor" y de haberlo llamado en alguna que otra ocasión, algo que él niega y atribuye al estado de histeria vivido en los círculos deportivos de su provincia a raíz de la llegada de aquél a los Medias Rojas de Boston.
Cierto o no, para López terminaron las ilusiones, lo que puede ser fatal para un hombre que no ha hecho otra cosa en su vida que jugar a la pelota. Fue expulsado de por vida —dura frase esta— de las Series Nacionales y su nombre borrado de los libros de récords. Para el deporte cubano, el receptor de los naranjas había dejado de existir.
Intentó fugarse en una ocasión y fue apresado. Insistió una y otra vez hasta que finalmente logró llegar a los Estados Unidos, donde, por supuesto, hizo todo lo posible por llegar al sitio en que se encontraba Arrojo.
Sin embargo, López descubrió que por cada pelotero que llega a las Grandes Ligas quedan 50 en el camino, en la órbita intrascendente de las sucursales de Ligas Menores, donde el paso del tiempo es un veneno mortal en el deseo de los aspirantes y los salarios apenas dan para pagar los gastos mínimos.
Desafortunadamente, su arribo a los Estados Unidos se produjo ya entrado en la treintena de años, lo cual hace descender notablemente los valores de un pelotero. López es buen receptor, excelente, pero como él abundan en las Mayores, y jóvenes, con muchos años todavía en sus rodillas.
El villareño no ha dejado de jugar en el equipo de Liga Menor que poseen los Marlins en la ciudad floridana de Júpiter. El equipo no desconoce la veteranía de López y lo utiliza como un guía para sus lanzadores prospectos, además de ser un ejemplo para los jovencitos latinos que están en pleno ascenso.
Si no ocurre un milagro, López no jugará en Grandes Ligas al menos con los Marlins, quienes poseen en su equipo principal a tres enmascarados de primera línea como Mike Redmond, el boricua Ramón Castro y, sobre todo, el cuatro veces ganador del Guante de Oro, Charles Johnson.
De todos modos, los Marlins le han prometido que tratarían de buscarle algún contrato en alguna liga profesional caribeña y, especialmente, en la japonesa, donde los salarios no son nada despreciables, aunque por supuesto no comparables a los millonarios del béisbol de lujo.
Es duro, porque en Estados Unidos López está solo. Dejó atrás a su familia y extraña profundamente a sus dos hijos. Dicen que nunca se va a la cama sin ponerse una vieja camisa del equipo Cuba —a la cual considera como un talismán de la suerte— y que sigue aferrado al sueño de calzar los arreos, a favor o en contra, de su amigo Arrojo.
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