Miércoles, 31 julio 2002 Año III. Edición 421 IMAGENES PORTADA
Deporte
Distancia y diferencia

Selectiva, Superliga, Copa Revolución... nada como la Gran Carpa. Una crítica a la organización de las Series Nacionales de Béisbol.
por JORGE EBRO, Miami  
Liván Hernández
Lanzador Liván Hernández. Rumores de transacción
de San Francisco a los Mets de Nueva York

Comparar las Series Nacionales cubanas o todos los torneos adyacentes que surjan en la Isla, llámense Selectivas o Copa Revolución, con las Grandes Ligas, no tiene absolutamente ningún sentido, porque, aunque el deporte es el mismo, la propia naturaleza del juego se enrumba por caminos diferentes.

Con mucho apuro, podría afirmarse que la principal reunión del béisbol en Cuba es un certamen de categoría Triple A, con varios jugadores que pudieran hacer el grado en la Gran Carpa estadounidense y otros que simplemente se desempeñarían a lo sumo en ligas independientes de clasificación A y Doble A.

Esto no es un demérito. Para nada. Las ligas invernales de los países que asisten a la Serie del Caribe estarían en ese rango, con la presencia de jugadores rentados del más alto nivel y otros que jamás se abrirían camino hacia el mejor béisbol del mundo.

Sin embargo, una diferencia fundamental se establece en el punto en que estos torneos del área caribeña tratan de ser, en lo posible, una copia menor de las Ligas Mayores, y en última instancia sirven de suministro a un torneo que ya no puede pasarse sin sus numerosas estrellas latinas.

Cuba, por su parte, sigue un esquema abroquelado que se estableció a principios de los años 60 y funcionó bastante bien mientras se trataba de conquistar fáciles victorias en torneos amateurs. La llegada del profesionalismo, en toda la extensión de la palabra, amenaza con tambalear ese historial y sólo el don natural del cubano para jugar al béisbol le salva de un hundimiento mayor.

Vaya un tema como ejemplo. En Cuba, el pelotero juega por su provincia y punto. Si no se han suavizado las regulaciones actuales, un jugador que considere que podría desarrollarse más en otra región debe esperar dos años sin jugar para establecer el cambio.

Se trata de un absurdo. Una mayor flexibilidad traería como consecuencia mejores balances de calidad. Ahí está el caso de la Isla de la Juventud, que se ha nutrido del talento desechado en otras provincias.

Muy difícil será para los organizadores de torneos futuros —por supuesto que en un futuro muy distinto a este presente— romper la estructura actual de 14 equipos, algo que sería una aberración en una liga profesional cubana, porque los recursos, al menos al principio, no darían para pagar a tanto pelotero.

Volver a aquellos conjuntos de Habana, Almendares, Cienfuegos y Marianao es poco probable, sobre todo porque después de 40 años los aficionados se han acostumbrado a seguir a sus equipos provinciales, no a otros. Las Selectivas o copas especiales han demostrado que no interesan a nadie, porque se pierde el sentido de pertenencia, de territorialidad.

En las Grandes Ligas, y en casi todo el resto del mundo, los cambios son constantes sin que por ello las franquicias pierdan a sus seguidores. No siempre los canjes son del todo transparentes, pero en general contribuyen a dar armonía a un torneo de lujo.

En estos momentos, las Grandes Ligas son un hervidero de cambios y de alianzas, más visibles algunas y soterradas las otras; los equipos con fuertes posibilidades de ir a los play-offs se refuerzan cediendo jóvenes prospectos o veteranos descartados a cambio de jugadores de calibre.

Los que van quedando en el camino mantienen algunas de sus fichas principales, aceptan a los prospectos y sueñan ya con la próxima temporada.

Se dice, incluso, que la Serie Mundial se decide el 31 de julio, que es la fecha final para hacer cambios en las Ligas Mayores. A quien no se pertrechó hasta ese momento, le será más difícil aspirar al anillo de campeón.

En cambio, sería impensable que un manager como Lourdes Gurriel le hubiese pedido un refuerzo al matancero Sile Junco para potenciar al Santi Spíritus de cara a la final que perdió frente a Holguín.

Con una estructura más moldeable no habría que recurrir a esta Superliga que, desde todo punto de vista, ha sido un verdadero desastre. Ella no constituye un elemento novedoso; por el contrario, recorre un camino ya trillado que no aventura progreso alguno.


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