Se encoge la Liga |
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El baloncesto criollo declina tras la estampida de sus principales animadores. |
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por JORGE EBRO |
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Pasó sin saber que pasó. La última edición de la Liga Superior de Baloncesto ha terminado sin penas ni glorias y no puede decirse que los amantes de ese deporte la recordarán en el futuro, porque no hubo en ella nada de relevante. Simplemente, nació y murió sin dejar rastros de su existencia.
Escondida entre pequeñas reseñas periodísticas, la LSB no fue otra cosa que un gran bostezo nocturno para que la afición tuviera algo que llevarse a la boca antes del inicio de la Serie Nacional de Béisbol, ya que ningún otro evento del patio es capaz de atraer público a las instalaciones deportivas.
Concebida para desarrollar jugadores de nivel y llenar ese "tiempo muerto" deportivo que son los largos meses sin pelota en la Isla, la Liga no ha podido, hasta ahora, cumplir ninguno de esos objetivos, y todavía no lo logrará en largo rato.
Así, como de pasada, se sabe que ganaron los Lobos Centrales, guiados por la experimentada mano de uno de los mejores jugadores cubanos de todos los tiempos, Leonardo Pérez; que los Halcones de Oriente se adueñaron de la segunda plaza en una deslucida final; y que los otros dos equipos, Capitalinos y Centrales, no fueron más que sombras perdidas sobre el tabloncillo.
Se sabe, además, que el playoff final poco aportó al lucimiento de un deporte que brilla precisamente por la creatividad, por las combinaciones sorprendentes y la capacidad de resolver situaciones complejas en poco tiempo.
Por el contrario, los partidos finales —que fueron copia al calco de los de la ronda de clasificación— se vieron plagados de errores, de marcadores desmedidos, de altibajos constantes. Parecieron más bien encuentros de "guerrillas callejeras", sin una armadura inteligente para crear jugadas y con un evidente desorden técnico-táctico.
No ganó el mejor, sino el que jugó menos mal. Fue como si todos los involucrados en el certamen no se lo tomaran demasiado en serio. Y es que los cercanos al mundo del baloncesto cubano reconocen que no se puede pedir más. Lo que sucedió era lo que se esperaba. O lo que se temía.
Pese a la promoción acelerada de una nueva hornada de jugadores, el baloncesto nacional no acaba de reponerse del fuerte mazazo que supuso la huida, casi en pleno, del equipo que debió estar en plenitud de forma en la última década del siglo pasado y en los primeros años de este.
En sus primeras ediciones, la LSB hizo surgir nombres como los de Lázaro Borrell, Ángel Oscar Caballero, Richard Matienzo, los hermanos Roberto Carlos y Ruperto Herrera. Mientras, la lucha por el liderato individual y colectivo proporcionó partidos que aún hoy son recordados por la afición.
El punto culminante de esa generación llegó con el triunfo cubano en el Centrobasquet de 1999, cuando en la final la selección criolla venció inobjetablemente a la de Puerto Rico e hizo creer en la posibilidad de una clasificación al Campeonato del Mundo.
Sin embargo, la estampida de todos estos hombres ha dejado un vacío enorme. Sin ellos, la Liga es peor cada año y, a pesar del esfuerzo —desordenado e inútil, pero esfuerzo al fin— de los actuales jugadores, no puede señalarse un punto en que nuestro baloncesto haya mostrado señales de avance.
Más allá de las fugas, no hay justificación para que un país que cuenta con hombres altos en el voleibol y el balonmano no pueda encontrar gigantes para desarrollar su baloncesto. Algo está fallando en el sistema deportivo escolar, y los especialistas encargados de descubrir a los grandes siguen cortos de vista.
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