Lunes, 15 abril 2002 Año III. Edición 344 IMAGENES PORTADA
El criticón
Óleos amaestrados

Roberto Fabelo y el conformismo de una obra original.
por DENNYS MATOS, Madrid Parte 1 / 2
Playa Santa María (R. Fabelo)

La galería Acacia, incluida este año en la sección oficial de Arco 2002, fue la encargada de mostrar dos pinturas de Roberto Fabelo. Dos obras en las que, como siempre, demuestra su excelencia pictórica —mezcla de rigor en el dibujo y fluidez de experimentado acuarelista—, plasmada en el estilo marcadamente expresivo con el que irrumpió en el panorama plástico cubano de principio de los 70.

Irrumpió articulando una poética de inspiración onírica, que reflexiona sobre la contradicción entre imagen y realidad; una poética de gran impronta expresionista que le distingue del torrente epigonal de tinte surrealista que casi cíclicamente suele surcar las artes plásticas. En la obra de Fabelo habita una galería, o tal vez sería mejor decir una fauna de personajes, de seres deformados por la obesidad o por alguna exageración mágica de rasgos (seres irreales o ficticios de acuerdo a los códigos de visualidad cultural actual). Cuerpos grotescos en actitudes abyectas y repugnantes —no por eso dejan de ser humanos, más bien lo contrario— que se sitúan en un mundo de sensibilidad convulsa y paranoica, donde la libertad poética del autor lucha por trascender los límites de una realidad permeada por la hipocresía, el fracaso y la mediocridad. Estos son algunos de los fantasmas distintivos que surcan la imaginación de Favelo, provocando esa especie de zozobra existencial que se respira en sus obras.

Ahora bien, todo ello ya estaba en su obra de principios de los 70 y finales de esa década —que le valiera en 1972 el Premio Nacional de Artes Plásticas en el II Salón Juvenil de La Habana—, la que lo descubrió, sin duda alguna por el talento plasmado en su producción, como uno de los jóvenes pintores más prometedores de su generación. Sin embargo, desde hace ya varios años la obra del autor ha caído en una suerte de estatismo, y si se aplica a su poética el mismo rigor que él aplica a su técnica pictórica, se cae en la cuenta de que se ha estancado, que apenas ha salido de los caminos ya trillados anteriormente. Para hablar de ello, más allá de los dos trabajos que trajo la galería Acacia, sería mejor referirnos a las obras contempladas en la exposición colectiva titulada Tres nombres, Tres conceptos, Tres caminos, que Fabelo realizara en 2001 junto a los pintores españoles Lucio Muñoz y Manolo Valdés, en la galería Pedro Torres de Logroño.

En esta muestra Fabelo repasa varias técnicas, sobre todo la acuarela, pero también el óleo sobre tela y el creyón sobre papel kraff. Mirándolas atentamente, puede decirse que en todas ellas, cambiando el soporte y los escenarios, se mantiene conceptual y esencialmente todo igual. Algo que salta a la vista cuando vemos, por ejemplo, las acuarelas Hay algo de animal I y II (2001). Desde el punto de vista temático, el contenido interpretativo se ha reducido, por un lado, a la exhibición expresiva de la figura humana; por el otro, a la puesta en escena de abigarrados ambientes con manida convulsividad onírica. Los recursos simbólicos a partir de los cuales estructura su visualidad poética continúan siendo los mismos.

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