Lunes, 14 octubre 2002 Año III. Edición 471 IMAGENES PORTADA
Opinión
La crisis de los ídolos

La imagen de Franco palidece en España, la Thatcher se queda sin cabeza y Estrada Palma pernocta en un basurero. La Historia... ¿no merece respeto?
por MICHEL SUáREZ, Valencia  
Lenin

La crisis de los ídolos sigue en pie. Momentáneamente atrás ha quedado la polémica rusa sobre el futuro del cadáver de Lenin, y en su lugar reviven lanzas contra Franco y la Thatcher que enardecen las pasiones de sus detractores. En una localidad de La Coruña, España, el ayuntamiento acaba de ordenar el traslado de la estatua ecuestre del General Francisco Franco, erigida 40 años atrás. De la plaza principal de la ciudad fue a parar a un patio del Museo Naval, ceremonia en la que se dio cita un público numeroso para brindar por la decisión.

Un poco más al norte del planeta, en Londres, a sólo unas horas del suceso español, un joven artista británico decapitaba con un bate de béisbol la estatua de mármol de la ex primera ministra Margaret Thatcher. Según sus declaraciones, pretendía denunciar "los peligros del capitalismo", del cual la llamada Dama de Hierro era cabecilla en su tiempo.

Dos hechos a seguidas en un mundo que comienza a hastiarse de los ídolos, sean vivos o muertos. En España, se ha reabierto el debate sobre la pertinencia o no de mantener las estatuas del General en las plazas, y algún que otro ayuntamiento ya piensa en las justificaciones correspondientes para ahora, o después, sacarse la espinita del caudillo en nombre de futuras remodelaciones citadinas.

Sin embargo, y como en toda sociedad abierta al diálogo democrático, el traslado de la estatua de Franco no ha sido motivo de unanimidad entre las fuerzas políticas y sociales. Aparentemente, a juzgar por los sondeos de la prensa, la mayoría concuerda en que "no tenían por qué seguir admirando" en el mismo centro de la ciudad a un hombre que causó tantas desgracias al pueblo español. Otros se alarman ante lo que pudiera considerarse un "revisionismo" injustificado desde el punto de vista histórico. Precisamente aquí radica el principal problema, al generarse una discusión que intenta advertir a la sociedad sobre la manipulación de la historia o los desvaríos de algunos políticos. No se trata en modo alguno de condonar a esperpentos políticos como Franco, ni de alistarse al bando conservador de la Thatcher. Se trata, únicamente, de reverenciar a la Historia, sin olvidos ni privilegios, sin atrincheramientos ni parcialidades... tal como es.

En la propia Cuba han sobrado los ejemplos. Podrían ser infinitos. Aplastada la dictadura de Gerardo Machado, una conciencia nacional aún en ciernes, matizada por la fragilidad política del momento, no pudo evitar que miles de personas se lanzaran a las calles para desaparecer todo lo que había construido el tirano. Parques, alamedas, bustos... corrieron la suerte de ser apaleados, como si con gestos de esa naturaleza pudieran ser extirpadas las causas y las consecuencias del deterioro social de entonces.

Más cercano en el tiempo, nada más triunfar, Fidel Castro ordenaba la salida inmediata de las estatuas de Tomás Estrada Palma y José Miguel Gómez de la Avenida de los Presidentes, en La Habana. La efigie del primer gobernante de la Cuba republicana fue seccionada brutalmente. En el sitio sólo quedan una columna de hormigón y sus pies, pues el cuerpo quién sabe a dónde fue a parar. Unas calles más arriba, en el célebre Monumento a José Miguel Gómez (célebre por sus valores históricos y arquitectónicos), tampoco quedó "santo con cabeza", y hasta sólo unos años atrás el Gobierno se complacía al ver este sitio convertido en un asqueroso lupanar.

En la ciudad de Santiago de Cuba, una estatua de Estrada Palma ardía hace un tiempo en el basurero municipal, camino hacia la playa Mar Verde; mientras que otra —una joya de la escultura cubana en mármol— todavía yace incompleta y abandonada, sin manos ni nariz, en el patio de una escuela de artes plásticas. No es preciso aclarar demasiado que ninguna de estas figuras ha contado, políticamente, con el respaldo de las nuevas generaciones de cubanos, y que muchas de sus controvertidas posiciones anexionistas, sumisas o corruptas, han sido motivo de rechazo hoy y siempre.

No obstante, es lícito reiterar que la historia merece respeto, más allá de la ideología de turno y, sobre todo, si los ejemplos de marras contienen valores adicionales en campos como, por ejemplo, el de las artes visuales. Tal vez la primera plaza de una ciudad no sea el mejor sitio, pero ahí están los museos para cumplir con su deber de preservar la memoria histórica. Impulsar el tributo a Estrada Palma, José Miguel Gómez o Franco es harina de otro costal, que en una nación plural será derecho de quien así lo conciba. Mas tratar de ocultar al adversario mediante las resoluciones autoritarias y el genocidio cultural, es absolutamente ofensivo para la historia de nuestros países.

Ojalá y todos estos antecedentes sirvan a los cubanos para las acciones del futuro. Habría que preguntarse concienzudamente sobre la legitimidad de exhumar a Blas Roca de El Cacahual, o derribar los bustos del Che y las apologías arquitectónicas al socialismo. Son lastres que han apesadumbrado por más de 40 años el alma de los cubanos: ganas no faltarán de alzar la grúa o el martillo (no el compañero inseparable de la hoz soviética) contra ellos, pero desembarazarnos de los mismos —a capricho— sería tan insensato como la mismísima historia falseada que ha impuesto el régimen.


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