Washington en La Habana |
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'Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre': Martí hubiese sido un 'contrarrevolucionario' en la Cuba de Fidel Castro. |
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por RICARDO GONZáLEZ ALFONSO |
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El título no es un disparate histórico o geográfico, sino la realidad pedagógica de un Estado ab(z)urdo por negarse a ser de derecho.
En sus 67 años, George Washington nunca visitó la Villa de San Cristóbal de La Habana. Por otra parte, las latitudes de ambas ciudades son bien distantes. Sin duda, la similitud más notoria entre las dos son sus respectivos capitolios; pero, desde hace décadas, la semejanza sólo es arquitectónica, no funcional.
Jaime de Aldeaseca, en su etapa clerical, impartía en Cuba unas conferencias por televisión que después editó en un libro: Mientras el mundo gira. Uno de los capítulos se titulaba $$$$$$$$$$. Y comenzaba (cito de memoria): "No tiene palabras, ¡pero cómo dice!" Y Aldeaseca llegaba a la feliz conclusión de que lo malo no era tener dinero, sino que el dinero lo tuviera a uno.
Años después, en una caricatura de René de la Nuez, llegaba a un hotel un billete con la imagen de Martí, sostenido por un cuerpecito de pocos trazos. El carpetero le decía al apóstol: "Lo siento, usted no puede entrar aquí".
Y así es. En los hoteles de lujo no se acepta moneda cubana ni a los cubanos, a pesar de que la Constitución vigente declara en su Preámbulo: "Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre". Que es, por cierto, un pensamiento de José Martí, el mismo de la caricatura.
Esa práctica discriminatoria, lesiva a la dignidad patria, viola la letra y el espíritu del artículo 43 de la referida Ley de Leyes, y aunque la trasgresión tuvo numerosos antecedentes, se oficializó en el verano del 93 con la llamada "despenalización del dólar".
Antes de 1959, la moneda norteamericana valía igual, cuando no estaba por debajo, que el peso cubano. Lo mismo daba el níquel del búfalo que el de la estrella. Ahora, en cambio, se cotizan veintitantos Martí por un Washington.
La experiencia demuestra que las paradojas no sólo existen, sino que se multiplican como dos espejos frente a frente. Hoy Cuba mira más que nunca al Norte; tanto que estamos a punto de sufrir una tortícolis nacional. El Gobierno, para organizar insultos masivos; el pueblo, para recibir remesas para las mesas.
La moneda enemiga es la amiga. Curiosamente, en los discursos oficiales se condena el bloqueo norteamericano con el mismo entusiasmo con que se niegan a comprar medicinas y alimentos en los EE UU, en nombre de una dignidad criolla de exportación.
Antes de nuestra ira —lo digo porque los ideólogos del patio han transformado nuestra idiosincrasia cordial en iracunda— la situación no era perfecta, pero tampoco peor. Al menos en los billetes, como en la geografía, Washington estaba en Washington y La Habana en La Habana. Con lo cual habrá que criticar, y mucho, a este Estado ab(z)urdo que se niega a ser de derecho.
El futuro debe pertenecer a una nación donde el dinero no tenga a los cubanos, sino a la inversa; y, sobre todo, donde ningún carpetero pueda expulsar de un hotel a José Martí.
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