Unos meses antes del golpe de estado de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952, el Presidente Carlos Prío viajaba a la oriental ciudad de Holguín, para festejar la construcción de un acueducto con las aguas del río Guaninicún; un antiguo proyecto de la Comisión de Fomento Nacional que incluía la construcción del alcantarillado y la pavimentación de sus calles. En aquella visita el presidente inauguraría la remozada carretera colonial al puerto de Gibara, muy cerca del lugar por donde Cristóbal Colón, en octubre de 1492, pisara la isla.

A la salida de Holguín Prío corta el listón inaugural, pero cuando está a punto de abandonar la ciudad, para encaminarse a Gibara, un grupo de jóvenes mujeres integrantes del Partido Ortodoxo, se acercan al automóvil del Presidente, abren la puerta y le disparan una larga caravana de ofensas. Carlos Prío, con su acostumbrada calma chicha, se limita a esbozar su conocida sonrisa. El alcalde municipal Eduardo Ochoa, electo por los Ortodoxos, interrumpe la escena y ofrece disculpas al Presidente que acababa de ser nombrado huésped de honor.

Ya en Gibara le pregunta al grupo de periodistas que lo acompañaba sobre lo sucedido. Allí, más de uno opinó que antes de que la Ortodoxia tomara el poder era preferible el golpe de Estado. La respuesta de Prío fue contundente: "Chibás jamás será presidente".

Se cumplió la sentencia profética. El popular y populista político, que fundara el Partido del Pueblo Cubano (ortodoxo), el 15 de mayo de 1947, enarbolando la bandera de "Vergüenza contra dinero", se dio un balazo, el 5 de agosto de 1951, decapitando las ilusiones juveniles de miles y la fuerza vital de su partido. Pero lo que no sabía Prío era que el cuartelazo se lo iban a dar a él.

Este recordatorio de uno de los capítulos más fascinantes y dramáticos de la historia cubana del siglo pasado, nos enseña sobre la tolerancia política de la casi olvidada vida republicana. Por mucho menos de lo que aquellas mujeres enérgicas hicieron contra Prío, varias valientes cubanas han pasado por el presidio político en la era castrista. Marta Beatriz Roque y María Elena Cruz Varela son sólo dos ejemplos. Todavía hoy 15 de ellas permanecen en las prisiones en condiciones vejatorias. El régimen que las encarcela, ni siquiera sueña con la posibilidad de indultarlas, como lo hizo Prío con Chibás, cuando fuera condenado a seis meses de prisión, y como lo hizo Batista con Fidel Castro y los "moncadistas". El régimen que las encarcela por levantar su voz a favor de las libertades civiles, la democracia y los derechos humanos, es el mismo que surgió de una rebelión, apoyada económicamente por Prío, contra el orden anticonstitucional batistiano, para convertirse en una dictadura totalitaria que siempre tiene a la mano sus tribunales de sangre, que reprimen, de una u otra forma, los actos de protesta. Los mismos tribunales que han condenado a un joven teniente del ejército a 27 años de cárcel por querer irse del país acompañado de otros oficiales y civiles (igualmente condenados a duras penas), entre los que hay dos mujeres que vivirán dos años en prisión domiciliaria. Y todo, porque ya no existe la Sala de Garantías del Tribunal Supremo, que en otra época recibió la denuncia del joven Fidel Castro por violaciones al Código de Defensa Social, ni existen leyes benevolentes que le dan 15 años de prisión a un hombre, culpable del asesinato de decenas de militares en el intento por tomar un cuartel, luego de un juicio con todas las garantías y facilidades para la defensa. Condiciones que no tendrán, ni tienen, las víctimas de ese mismo hombre devenido dictador con el paso de los años.

Valga este breve ejercicio para llenar un pequeño hueco del vacío, de la desmemoria que a veces se apropia de la tragedia cubana.