Caminaba por Ciudad Juárez con un grupo de amigos, contemplando la singularidad de algunas paredes y la sordidez de la miseria, cuando aquella pregunta me hizo pasar de lo visual al mundo de las ideas.
–Pero, ¿ustedes son cubanos de Cuba o de Miami?
Interrogación tal vez ingenua de un transeúnte curioso, nada más. Pero para mí motivo de reflexión. Más que eso: descubrimiento repentino de mí realidad a través "del otro", de su mirada.
El hombre –luego pensé– no incurría en pifia alguna, más bien desechaba una cartografía ya inoperante para referirse a una realidad "transgeográfica". Con razón Carlos Alberto Montaner se ha referido al sur de la Florida como "esa otra provincia que le ha salido a Cuba" (Presentación de su Viaje al Corazón de Cuba, en la Feria Internacional del Libro de Miami, en 1999).
Y es que, de tenerse en cuenta las características históricas de nuestra presencia fuera del archipiélago antillano, la relación nacionalidad cubana-geografía tendría por fuerza que presentarse como algo no determinado. Se trata de un fenómeno que pone a prueba cualquier intento de precisión cartográfica. En el mapa posible, las líneas de contorno se vuelven difusas hasta perderse.
Pero si avanzamos por esta línea de razonamiento, nos encontramos con que, de acuerdo a las características de nuestra dispersión actual, también resulta inapropiado el ensanchamiento de nuestro mapa hasta la ecuación binaria Cuba = 1 (Isla Grande + Isla de la Juventud + Cayos) + 2 (Miami).
Hay signos muy claros, por ejemplo, de que la tradicional discontinuidad territorial y política entre las dos Cubas beligerantes situadas al norte y al sur del estrecho de la Florida respectivamente, se atenúa hoy gracias a la emergencia de un nuevo paradigma que otorga preponderancia a lo cultural sobre lo ideológico puro. Entre los factores que han contribuido a ello está el aumento de viajes de un lado al otro, la desatanización relativa del discurso oficial en lo que se refiere a la presencia cubana fuera del país, la llegada a EE UU de un grupo importante de cubanos de mi generación, con una visión más despolitizada de la realidad, y la incursión esporádica en la misma ciudad de algunos representantes del llamado exilio de terciopelo, como se conoce a un grupo ahora numeroso de profesionales, artistas e intelectuales que, aunque viven por tiempo indefinido en otros países, mantienen vínculo jurídico de no-emigrantes con el Estado cubano.