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Humor
Réquiem por la trompetilla

¿Cómo resistir las ganas de montar dos dedos, llevarlos en cruz hasta la boca y soplar, apretando fuertemente los labios, ante el discurso de la Cuba oficial?
por JOSé HUGO FERNáNDEZ, La Habana Parte 1 / 2
Grandes

No es justo. La trompetilla se ha ido de Cuba. Su ausencia representa para los cubanos de adentro lo mismo que representó la retirada de los cohetes soviéticos para el Gobierno. Ahora ya no hay con qué tirar. Y lo peor es que sucede cuando más falta hace.

Sin ella, ¿qué respuesta darle a esa vieja y picuda pretensión de convertir a la Isla en Faro de América Latina? ¿Cómo premiar si no es a golpe de mera trompetilla la monomanía de quienes inflan estadísticas para presentar a este pobre país con índices del Primer Mundo? ¿Cómo acoger un proyecto de Perfeccionamiento Empresarial diseñado para empresas en total bancarrota, sin eficiencia, sin productividad, sin solvencia? ¿Y qué hacer, ya que falta la trompetilla, con el discurso apocalíptico, la demagogia patriotera, el dogma, la megalomanía? ¿Es posible resistirse a las ganas de montar dos dedos, llevarlos en cruz hasta la boca y soplar, apretando fuertemente los labios, ante frases como "aquí no hay corrupción", "este es el pueblo más libre", "las prostitutas más cultas", "las elecciones más democráticas y transparentes"? ¿De qué otra manera reaccionar contra el cotorreo de un sistema fundamentalista, esclerosado, encuevado en sí mismo, que intenta venderse como única opción revolucionaria del planeta? Lo dicho. Nunca antes fue tan necesaria aquí la trompetilla. Pero resulta que se ha ido. Ahora falta que a alguna institución cultural se le ocurra decir que lo suyo no es exilio, sino emigración por motivos económicos. ¿Cómo responderle, si ya no hay trompetilla?

Nadie podría establecer a ciencia cierta la fecha de su partida. Quizá sea porque empezó a irse mucho antes de que el alejamiento fuera al fin notado. Se sabe, eso sí, que había quedado sin empleo en los primeros sesenta, cuando le dieron el silencio como única opción. No por burda, o frívola, o irresponsable, como la calificó Jorge Mañach, sino por otras características mucho más censurables en la Isla y que por suerte también refrenda el ilustre intelectual cubano en su ensayo Indagación del choteo. "No hay gravedad, por imperturbable que sea —dice Mañach— en la que (la trompetilla) no cale siquiera de momento esa estridente rociada de menosprecio". Pues va y por ahí mismo empezaron sus dificultades.

En Cuba, donde la gente nace con un chiste en la punta de la lengua, el humorismo vive en cuenta regresiva desde hace por lo menos cuatro décadas. La causa radica en el solemne, grave y tremebundo Gobierno que se gasta el país. Este Gobierno, sus principales figuras, conforman fuente eterna de inspiración para el humor de altura, pero a ellos mismos no les hace gracia su ejercicio, mucho menos lo toleran, y aún más, le temen, por lo cual nunca le han quitado el pie de encima. Es otra de las vertientes en que la identidad nacional, tan socorrida hoy en los discursos, ha sido y es sistemáticamente atropellada, humillada, atrofiada, en su fuero interno.

Sería un lugar común ponerse a meter baza a estas fechas en lo que llaman la crisis del humor cubano. Ya todo el mundo sabe que impedirle a un humorista hincar las uñas en cuanto hecho feo, ridículo o grotesco ven sus ojos, es como querer casar a una gallina con un gato para que los huevos ladren. También es de sobra conocido que en la Isla la inmensa mayoría de los hechos feos, ridículos, grotescos, están relacionados con las acciones del Gobierno, con su estructura administrativa, o con su ideario mojigato, temas todos que constituyen tabú para el humor. De ahí el fracaso de cuanto proyecto humorístico han emprendido la televisión y otros medios en muy largos años. Si lo que más se disfruta no puede ser disfrutado, entonces no hay disfrute, porque lo que resta para disfrutar no es disfrutable, diría Cantinflas.

Sin embargo, tal vez no resulte totalmente justo hablar de crisis, si es que se aplica este concepto en los términos del diccionario, a saber, como "momento decisivo y peligroso en la evolución de las cosas". Peligrosa sí resulta la situación dentro de la Isla para el humorista atrevido —y todo auténtico creador de este género lo es—, pero nadie podría asegurar que tal peligro termine siendo decisivo para el humor en su conjunto. En primera, porque si bien es cierto que aquí no se publican buenas obras, ello no significa que no se escriban y mucho menos que no existan creadores de puntería. Al contrario, la censura deriva de lo "censurable", y a veces hasta lo condiciona. Por otra parte, no hay que desconocer el trabajo de muy talentosos humoristas del país que hoy viven en el exilio, creando a tope. No ha de ser entonces el humor cubano el que está en crisis. Más cerca está de serlo su público natural, privado a la fuerza de las mejores expresiones de un arte que según Mañach, le sirvió siempre "de amortiguador para los choques de la adversidad; de muelle para resistir presiones políticas demasiado gravosas y de escape para todo género de impaciencias".

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