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Carta a la vaquita Matilda

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 1 / 3

Televisiva y musical vaquita Matilda:

No sé si me enamoré de ti, o la paulatina ausencia de bisteses en mis papilas me fue dando una dimensión distinta de aquel animado animadísimo en que aparecías en la televisión cuando te conocí. Lo cierto es que "te he buscado por doquiera que yo voy y no te puedo hallar". Hasta en la oveja Dolly he creído adivinar tu mirada húmeda, medio vacuna —valga la vacundancia— a pesar de que tantos desastres en amores me han hecho bastante jumpribógar en estos menesteres, y con el carapacho quitinoso —o quiritinoso, por lo de "Quirino con su tré"— con leve falta de calcio. Más allá de un posible amor a primera vista, lo cierto es que fuiste la primera vaca en mi vida. A las otras siempre las vi de lejos, indiferentes, pastando, pisando el césped, en aquellos viajes entretenidos y eternos que dábamos con mi padre, Bayamo-Labana y viceversa. Enventanillados mi hermano y yo en el traspatio del Chevrolet del viejo, no nos quedaba más remiendo que matar el tedio contando vacas a diestra y siniestra hasta que fueron siniestrándose, lentas, por algún problema de paisaje, y desaparecieron.

Esas de mi niñez —que echaban vaho un día, y a lo mejor otras cosas— eran unas petulantes, unas indiferentes, unas vacas de utilería. Como parece que eran realmente de utilería, las fueron utilerizando hasta despejar el escenario. Las de Camagüey, absortas y llaneras; las villareñas, escasas; las matanceras, sonoras. Ellas estaban ahí, bajo la atenta mirada de Dios, una especie de pastor un poco alemán, o al menos hacía el alemán de serlo. En cambio tú, con todo lo de ser un dibujito con música, fuiste la primera vaca sincera que me miró a los ojos, picarona, y me hizo múuuu. Eso me conmovió. Me ha marcado tanto, que cada vez que voy a masticar un filete, aunque sea con hache intermedia, brota de la inmensidad del mar, hasta lo infinito de los cielos de mi memoria, la canción sensual con la que nos conocimos: "Matilda va, Matilda viene,/ y suspirando se detiene... (suspiro profundo que me desencajaba los tiernos y descalcificados huesos)...múuuuuuu". Aquello fue muuuuuuu grande. Nunca supimos bien a dónde ibas. Ni de dónde venías. Y doy un huevo por saber por qué te detenías, sola, sin policía que te pitara.

Así, antes de que aparecieras con aquel caminaíto de rumbera de circo, te confieso que mi relación con el ganado vacuno era casi nula, esporádica, molar. Había empezado el racionamiento, que es la piedra de toque para construir una sociedad nueva. Porque una nueva sociedad no se construye, al parecer, masticando hasta la saciedad. Hay que joderse. Tal vez eso no nos hace más heroicos, pero entretenidos en la bobería de la anemia te garantizo que sí. Crecí con unas esperanzas muy grandes, y una levísima necesidad de calcio que todavía me acompaña, así me siento menos solo. En esos comienzos de construcción del hermoso proyecto teníamos algo de hindúes: las vacas eran intocables y sólo servían para que las inseminaran y comenzaran a aparecer, siempre por voz de uno que se hizo ganadero de la noche a la mañana, las F-1, las F-2 y todas las EFES secales que le siguieron la rima. Había tanta EFE en el ambiente que fasta fablábamos mefio fañosos, con furibunda fe, felices y feroces, fuertes y fervientes en familia. Favorecidos, finos, feromónicos, fefosos. Se cultivaba tanto esa letra que aún no me explico por qué prohibieron de pronto a Feliciano, que nos llevaba ligera ventaja en todo. Al menos no veía bien lo que estaba pasando.

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