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Cubanacán S.A. (XIII)

por RICARDO GONZáLEZ ALFONSO  

La sigla S.A. apareció sin ton ni son en las propiedades de los hispánicos y otros europeos. ¿Sería una maldición de Mabuya o una bendición del Gran Semí? La tribu estaba preocupada.

La Hostelería Meliá de Triana tenía las dos letras misteriosas. Lo mismo ocurrió con las corporaciones Oro Export, Cohiba Export, Cascabelito Import, Cristalitos Import, entre otras, y cualquier mulo las tenía marcadas en las ancas.

Donde quiera que establecía su negocio un genovés o un asturiano, un lusitano o un gallego y hasta algún que otro esquimal, aparecía el signo de marras.

Los funcionarios guanahatabeyes quisieron justificar la lentitud de sus servicios asegurando que S.A. significaba Sin Apuro. Los siboneyes, dóciles por naturaleza, sugirieron que podría traducirse Soboneyes Amables.

Como era de esperar, los caribes hicieron una descodificación más violenta: Severidad Agresiva, mientras que los taínos aseguraban que se trataba de un reconocimiento a su actitud empresarial y, por tanto, aquella grafía enigmática quería decir Somos de Anjá.

Pronto la indiada de Cubanacán comprendió sus errores interpretativos. Cuando un guanahatabey no andaba ligero, venía un ibérico y lo botaba de un puntapié sin más ni más. Los siboneyes recibieron también lo suyo y, desde entonces, aseguraron que la palabreja significaba Sin Amabilidad.

Para sorpresa de todos, los caribes perdían su poder cuando cruzaban cualquier umbral coronado con la indescifrable sigla, y para ellos significaba ahora Sin Autoridad. Por su parte, los taínos, tan listos como siempre, al rectificar se acercaron a la respuesta correcta: Somos Anulados.

Muchos caribes no tardaron en adaptarse a la nueva situación y se incorporaron a la corporación Salvajes Especializados en Proteger S.A. más conocida como SEPSA. Poco después se les vio con unos flamantes taparrabos de color azul y armados con ballestas capaces de disparar dos flechas a la vez. Se sentían de lo más orgullosos de cuidar el oro ajeno.

Los behíques más experimentados complacieron peticiones. Aspiraron a través de sendos tabacos el humo de sus cohíbas. La indiada confiaba en el resultado de aquel rito semejante a un oráculo helénico tropical. Pasado un rato, los brujos comenzaron a ver estrellitas y a decir frases incomprensibles para los miembros de la tribu.

"Hummm. Producto Interno Bruto (y miraron a los guanahatabeyes). Tasas de interés (y señalaron a las vasijas). Hummm. Bolsa de Valores. Deuda Externa. Hummm. Neoliberalismo", y otras parrafadas por el estilo. La tribu se retiró desconcertada.

Para los ancianos de Cubanacán no se trataba de una novedad. Y cuando explicaron que para confiscar las S.A. de antaño el Cacique formó un dale al que no te dio peor que un montón de huracanes, las nuevas generaciones pensaron que se trataba de una reacción de decrepitud senil y colectiva; y le hicieron menos caso que a los bahíques.

Pero los más viejos estaban en lo cierto. Cuando al Secretario General del Cacicazgo le llegó el agua al cuello, contra todas las profecías aceptó las inversiones de "afuera" más eso sí, el negocio tenía que ser fifty-fifty, como se dice en buen araucano.

Y como no hay mejor crédulo que el que quiere creer, los indígenas consultaron al Máximo Cacique. Éste respondió solemne: "Sin Apaches, y nada más".


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