Martes, 16 octubre 2001 Año II. Edición 214 IMAGENES PORTADA
Los libros
Un oficio del siglo XX

por C. E. D. Parte 1 / 2
Portada

Cinéfilo insaciable —él mismo ha ejercido, además, la crítica de esa manifestación—, Orlando Alomá escoge esta obra de Guillermo Cabrera Infante que es, según confiesa, el libro que más ha abierto en su vida y que lee y relee con pasión desenfrenada.

Santiaguero confeso, Alomá se dio a conocer como poeta en la década de los sesenta, y aunque aparece incluido en varias antologías publicadas dentro y fuera de la Isla, nunca llegó a recoger sus textos en libro. Fue, por otro lado, profesor en la Universidad de Oriente, miembro del consejo de redacción de El Caimán Barbudo y secretario de redacción de la revista Casa de las Américas. Es un gran amante del séptimo arte, uno de esos cinéfilos voraces y apasionados que son el sueño de cualquier propietario de un videoclub. No es casual, pues, que no vacilase ni un instante en escoger la recopilación de las brillantes y anticonvencionales críticas de cine de Cabrera Infante, que alguien calificó como un halago a la inteligencia y al placer de la lectura.

Gajes del oficio

Yo era joven y entusiasta y peroraba un día sobre cine, con la audacia de mis quince años, en el parque de frente a mi casa santiaguera, cuando un amigo algo mayor que estudiaba en La Habana me interrumpió cortésmente: "Estás hablando mierda. El que sabe de verdad es un tipo que escribe en Carteles y se firma g. caín" (en la voz del recuerdo percibo las minúsculas).

Mi familia no compraba Carteles, así que empecé a ir todas las semanas a esa casa de la cultura del barrio que era la barbería, a leer aunque no tuviera que pelarme. Y ahí me perdí para siempre. Descubrí, con un estremecimiento nuevo, que se podía escribir con luz larga sobre cine, y escribir bien. Yo, que nací frente a un sala cinematográfica y que desde mi más tierna infancia llevaba una libreta anotada con todas los filmes que veía, vine a descubrir el cine con las crónicas inspiradas de ese g. caín que con el tiempo supe se llamaba Guillermo Cabrera Infante.

Seis años más tarde (cartelito que detesto en las películas). Es 1963. Estoy en la universidad. Ya me he alfabetizado literariamente en la cartilla de Lunes de Revolución (ahí, por ejemplo, leí a Antón Chejov por primera vez y no tengo con qué agradecerlo). He leído Así en la paz como en la guerra (recuerdo que lo compré camino a un juego de basket y nunca levanté la cabeza para mirar al tabloncillo). Es 1963, repito, y Caín hace tres años que se ha quitado del vicio. "Ya no soy más crítico", dijo críptico y desapareció. Pero luego ve la luz Un oficio del siglo XX, recopilación de sus críticas que leo y releo con pasión desenfrenada hasta que se convierte, de calle, en el libro que más veces he abierto en mi vida (la edición original, manoseada hasta el abuso sexual, es uno de los pocos restos del naufragio que conservo).

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