Viernes, 19 julio 2002 Año III. Edición 413 IMAGENES PORTADA
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Nashville: Conversaciones con mi tía Tita

por WILLIAM LUIS Parte 2 / 2

Conocí a Roberto González Echevarría hace muchos años, cuando ingresé en el programa doctoral de la universidad donde Roberto ejercía la docencia. En aquel entonces él era un profesor joven, que comenzaba a destacarse entre las figuras más reconocidas de la profesión. Pero te confieso que cuando solicité estudiar en dicho programa no tenía idea de quién era este señor. Rápidamente me di cuenta de que, como mi madre, era muy cubano y orgulloso de su nacionalidad. Además, era amante de la pelota, tenía un dominio amplio de la cultura universal y trabajaba como un mulo (con esto quiero decir que trabajaba más que nadie). Era una persona exageradamente disciplinada para el trabajo, como ninguna otra, y en eso era único y sin rival. Muy al principio de mis estudios, me obligó a reconocer que mi conocimiento era diminuto y que me faltaba mucho por aprender (sentimiento que todavía me descompone en su presencia). Roberto sentía una gran pasión por la literatura y la amaba perdidamente. Reconocí que estaba ante una de las grandes figuras de la actualidad y, por consiguiente, uno de los máximos competidores de nuestros tiempos. El juego se definía de manera amplia, la vida, y la competencia, cualquier competencia, eran un desafío. El triunfo era su única meta. Todavía oigo sus palabras 'para atrás ni para coger impulso'

Recuerdo una calurosa tarde de verano, cuando algunos estudiantes de Roberto decidimos ayudarlo con la mudanza que le permitiría viajar a la semilla y regresar a su origen intelectual, Yale University. Después de finalizar sus diligencias, Roberto y su encantadora esposa, Isabel, regresaron a la casa para concluir las actividades del día. Nosotros estábamos cansados y a punto de terminar con nuestras responsabilidades cuando Roberto volvió a insistir en que él corría más rápido que yo. Como estudiante, entre las muchas cosas que había aprendido de mi maestro destacaba, al igual que en otros tiempos, cuando la honra estaba en peligro, la entrega al desafío. En la misma calle, frente a la casa que Roberto estaba por abandonar, decidimos aclarar para siempre cuál de nosotros dos se podría acercar más a los tobillos del campeón olímpico Juantorena. Medimos la pista, unas sesenta yardas de distancia, escogimos a alguien que comenzara la carrera y a otro que fuera testigo del final. Los dos nos agachamos y esperamos con mucha tensión y atención las palabras que darían comienzo a la carrera: "¡A sus marcas, listos!"... y el "¡Go!" que representaría el disparo del revólver. Juraría que Roberto comenzó la carrera antes de que se diera la señal oficial, pero corrimos como si el futuro de la profesión dependiera de esa carrera. Ninguno de los dos quería perder: él deseaba mantener la superioridad sobre su estudiante y yo quería mostrarle que podía prevalecer en algo. Corrí lo más rápido que pude, como lo había hecho tantas veces en las competencias del equipo de atletismo de mi universidad, y poco a poco lo fui alcanzando, hasta que me adelanté justamente antes de que llegáramos al final. Me sentí cansado, pero alegre y victorioso. Lo sorprendente es que Roberto también reclamó su victoria. La verdad es que los dos ganamos porque hemos podido mantener una fuerte amistad a través de los años.

Después de una exquisita cena la noche de ese memorable día de mayo, en el célebre restaurante cubano Víctor's Café, Isabel, Roberto y yo caminábamos por la calle en busca de un taxi. En el camino, nos encontramos con unos muchachos que estaban recogiendo algunos objetos desechados. En ese momento pensé: ¿qué hubiera sido de mí si no fuera por la influencia de Roberto? Porque cualquiera, hasta el más humilde, se supera en su presencia. Tal vez no hubiera terminado el doctorado y hubiera regresado a vivir en Nueva York. En Nueva York las posibilidades eran múltiples. Podría haber sido chofer de alquiler o maestro de escuela primaria o trabajador social, oficios que había ejercido en diferentes momentos del pasado. Sin duda mi vida hubiera tomado otro camino.

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