Lunes, 25 marzo 2002 Año III. Edición 329 IMAGENES PORTADA
Desde...
Detrás de la fachada

La crisis de las embajadas en el 90: Un testimonio del Ministro Consejero de la sede diplomática española en La Habana.
por IGNACIO RUPéREZ, Madrid Parte 1 / 5
Policías
Embajada de México en La Habana. Policías uniformados
en la calle. ¿Policías disfrazados en la sede diplomática?

En el verano del 90 pareció ponerse de moda buscar refugio en las embajadas de La Habana, algo menos arriesgado que echarse al océano en una balsa. Todo empezó con la de Checoslovaquia, situada en el reparto Kolly. Me encontraba por entonces de tratamiento médico en Madrid, que, por lo que se leerá, tuve que interrumpir bruscamente para volver a La Habana. Desde la redacción del diario El País Jesús Aznarez me avisó de lo que estaba ocurriendo, poniéndome al corriente sobre la dudosa personalidad de algunos de los refugiados, a medias disidentes y servidores de la Seguridad del Estado, junto a otros cínicos y desaprensivos. Los conocía muy bien después de varios años como corresponsal de la Agencia EFE en Cuba, y era totalmente capaz de calibrar de qué manera en ese país, como con las razas, nunca se puede hablar de blanco o negro, de bueno o malo, disidente o colaborador, con infinidad de tonalidades intermedias, como en el color de los cubanos y, por supuesto, en sus actuaciones políticas.

No debía de saberlo el Encargado de Negocios de Checoslovaquia, persona corpulenta y de elevada estatura, cuyo nombre he olvidado. Con pocas luces y quizás con la ambición de liberar Cuba por iniciativa propia en un momento de ruina en las relaciones bilaterales, no supo a quien permitía entrar en casa, dejó a los huéspedes cubanos a solas con un teléfono, lo que nunca es recomendable, les alentó en sus reivindicaciones, les dio cerveza y comida en abundancia, como para que no quisieran nunca marcharse y atrayesen a los compinches de la Seguridad del Estado para compartir la invitación, etc. Al final le destrozaron la casa, incluso desmenuzaron sus cortinas con tijeras y le dejaron en espantoso ridículo ante todo el mundo, especialmente ante sus colegas, señalando de este modo la clamorosa ruptura en las magníficas relaciones que siempre tuvieron dos países fraternos bajo el paraguas del socialismo real y del CAME. Un ejemplo de tales relaciones era la soberbia Casa de la Cultura de Checoslovaquia en la Rampa, donde incluso podía adquirirse a precios irrisorios cristal de Bohemia, y otro el mismo derecho a codearse con la nomenclatura cubana en el bellísimo y muy exclusivo Reparto Kolly.

Lo grotesco del incidente no impidió que se repitiera en otros recintos, desde luego con menos torpeza mostrada por parte de los forzados anfitriones. La Embajada de España vino inmediatamente después, con una avalancha humana de naturaleza imprecisa y contradictoria que configuró un total de 18 huéspedes durante casi dos meses. Entre el 11 de julio y el 4 de septiembre, efectivamente, el maravilloso Palacio de los Gordon Velasco fue ocupado por 18 personas, comprendiendo entre ellas a una niñita que apenas sabía andar aún. El 11 de julio entró un refugiado, dos el 13 de julio, uno el 18 de julio, nueve en la noche del 20 de julio, cinco el 21 de julio. Las salidas se produjeron de manera también sucesiva a partir del 21 de agosto con una persona, el 22 de agosto con dos, el 27 de agosto con otros dos, cuatro el primero de septiembre y, por último, con cinco personas el 4 de septiembre. Unas siete semanas duraría la experiencia, sonoro incidente entre España y Cuba que, sin embargo, creo que por fortuna careció de consecuencias duraderas y que ambas partes se encargarían de minimizar. Como si no quisieran recordar ese verano.

Una vez que los últimos refugiados hubieron abandonado la Embajada de España, incluso antes, otros cubanos penetraron en las de Bélgica, Italia y Canadá. No obstante fue nuestra representación diplomática la que tuvo que manejarse ante la penetración más duradera y más numerosa. La crisis del socialismo en la Europa del Este y el brusco deterioro político y comercial en las relaciones de Cuba con la Unión Soviética, parecían asegurar un porvenir muy sombrío para un país fuertemente subvencionado, con un régimen que sería de los pocos en seguir cultivando un marcado interés por el comunismo como arqueología política. Se dispararon ilusiones, prisas y exageraciones, por supuesto alentadas también desde Miami, en que al menos se olvidaba la gran capacidad del régimen cubano en defenderse por todos los medíos a su alcance. Pero todo parecía fácil y rápido en la Cuba del verano del 90, privada con brusquedad del petróleo y demás ayuda de los soviéticos, forzada a transitar por el llamado "período especial", para el que se preveía incluso la desaparición total de las importaciones.

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