Lezama en la memoria |
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Ya suman 25 los agostos sin el poeta de la calle Trocadero. |
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por CARLOS OLIVARES BARó |
Parte 1 / 2 |
La calle Trocadero se prolonga: portones, zaguanes, aldabas bronceadas, ventanales, puestos de verduras, zapateros remendones, heladerías de chinos, lavanderías, bares... Unos niños juegan bajo las cadencias del sol habanero y la pelota llega hasta mis pies: los muchachos me gritan que se la devuelva; las puertas abiertas y la música de la radio se confunden con la algarabía espontánea del barrio. Estamos en la Habana Vieja. Reinaldo Arenas me ha prometido una visita a la casa del poeta, fundador de la revista Orígenes, José Lezama Lima, y hacia allá vamos. Tengo veinte años y acabo de leer Paradiso, novela prohibida por el Gobierno. Estoy ansiando conocer al autor.
Hay en cada paso un presentimiento. Cada muro, cada esquina, cada baldosa, cada columna es un presagio. Me sorprendo nervioso; se lo digo a Reinaldo, pero éste no me hace caso: está ensimismado con los jóvenes que pasan por su lado; me dice que le encanta venir a la Habana Vieja. Ensayo mentalmente el saludo que daré al poeta —el día anterior me he aprendido de memoria algunos de sus versos— y así, entre el ruido y la pausa, entre la letanía y el sosiego, voy masticando, sopesando posibles presentaciones.
Atrás ha quedado el Paseo del Prado, Neptuno, el cine Rialto y el Hotel Inglaterra; Trocadero nos envuelve en toda su intimidad y la casa es ya inminente. Cruzamos y mi acompañante, desde la ventana, avisa su presencia. María Luisa, la esposa del poeta, nos hace pasar, pero la noto recelosa conmigo, es la primera vez que me ve y quizás siente temor: Lezama es un escritor "prohibido" y muchos de los visitantes que van a la casa son agentes de la seguridad política de Castro disfrazados de escritores.
Reinaldo Arenas me presenta y la anfitriona sonríe: "Joseíto viene enseguida". Las paredes amarillas, en cada ángulo cuadros de Víctor Manuel, Portocarrero, Milián, Amelia Peláez y otros... Sillones antiguos, relojes de arena, libros y revistas; hay un cierto desorden que avisa que estamos en "cualquier" casa cubana. El autor de Enemigo Rumor me extiende la mano, siento la respiración fuerte y cortada de su asma y veo a un señor gordo con rostro y gesto cansado que me dice: "Usted parece más jugador de baloncesto que poeta... Ya Reinaldo me había hablado de usted; bienvenido. En Grecia se combinaba muy bien el arte con la cultura física, y así usted veía como los más bellos atletas eran a la vez los mejores artistas...".
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